Apoyo social en la crianza. Parte I

De: Silvia Abril Avila Wall
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Las madres de bebés y niños pequeños necesitan apoyo social, especialmente de tipo emocional; sin embargo, este es difícil de obtener en una sociedad que se desvincula de los hijos de los otros y tiene una especie de aversión hacia lo que hay de emoción y perturbación en la etapa inicial de la maternidad. Este artículo describe estas dos características de la sociedad y resalta la importancia de apoyar a las mamás que crían.

La crianza es el reconfortante y agotador periodo en el que los bebés pasan de necesitar asistencia para todo a convertirse en personas con la relativa independencia psíquica de un “yo” propio 1. En México, quienes asumen la responsabilidad de brindar los cuidados implicados en la crianza son mayoritariamente las madres, las abuelas y las tías (Instituto Nacional de las Mujeres [INMUJERES], 2013).

Ya que por doquier hay niñas y niños desarrollándose, a veces no se aprecia la dimensión del esfuerzo invertido incluso en mantenerlos vivos. Pero el despliegue de habilidades y afectos es mayúsculo y puede ser agobiante dado los repetidos momentos de saturación, desencuentro e impotencia provocados entre otras cosas porque las demandas de los niños suelen ser imperiosas y las dificultades de comunicarse con ellos pueden ser angustiantes (Guerra, 2010). No es inusual que a esto se le sumen circunstancias de enfermedad, pobreza o carencias afectivas, lo que hace el cuadro más complejo y desgastante.

Esto significa, a grandes rasgos, que el niño ha dejado de considerarse “uno mismo” con su madre y tiene un sentido de identidad.

Como saben los estudiosos del estrés, a medida que crecen las demandas en una situación se vuelve más necesario el apoyo social (Sandín, 2003).

Sin embargo, las mujeres que crían y específicamente las madres, suelen encontrar que las estructuras sociales no responden a sus necesidades, que sus redes sociales están pobremente integradas y que el apoyo que reciben no es respetuoso o deja de lado el ámbito emocional (cf. Sandín, 2003; Gutman, s.f.).

 

Esto no es raro en una sociedad con las dos características que se describen a continuación.

 

1. Desvinculación de los hijos de los otros.

Dicen Esteban y Távora (2008) que la modernidad trajo consigo una demarcación de las esferas pública y privada, así como un proceso de toma de conciencia individual en la que los lazos comunitarios se diluyeron. En las ciudades 2, la familia quedó restringida a su dimensión nuclear 3  y la crianza al espacio de la casa; entonces bebés y niños se convirtieron en “asunto” de sus padres. En México, la familia extensa sigue participando en el cuidado y la socialización de los menores, sobre todo cuando la mamá trabaja fuera del hogar; pero las personas no familiares quedan sin responsabilidad con los niños: se dice que no son “suyos” 4.

Los niños pequeños son situados en lugares específicos, como los centros educativos, fuera de los cuales “no caben”. Sánchez (2008) piensa que son discriminados e invisibilizados social y políticamente. No se conciben razones para tolerar el comportamiento infantil de los hijos de otros porque no se les entiende como personas con derecho a ocupar los espacios comunes de convivencia y porque no se da importancia a la exclusión que viven las madres cuando la comunidad no integra a bebés y niños en los espacios públicos. Esto es atravesado por la condición socioeconómica: quien puede paga cuidadoras, accede a más lugares, eventos y actividades.  

En comunidades rurales es diferente. Orellana (2015) realizó una investigación en un sector rural de una provincia chilena, donde la crianza se lleva a cabo en comunidad.
La familia nuclear está compuesta por los progenitores y los hijos; su origen se asocia a los requerimientos del capitalismo industrial (Carvallo, 2009).
Esta manera de pensar hace posible el concepto de “niños de la calle”.

Como ilustración: En la Universidad Pedagógica Nacional del Estado de Chihuahua, donde la mayor parte del alumnado está compuesto por mujeres para quienes concluir una licenciatura forma parte de una estrategia de movilidad social, ha ocurrido que algunas de las que son madres se presenten a clase con su hijo pequeño porque no tuvieron con quien dejarlo ese día (Delgado, comunicación personal, diciembre de 2017). La mayoría de las y los docentes permite el ingreso de la criatura al aula, lo que hace posible que la joven esté en clase y concilie sus roles de madre y de estudiante (Delgado, comunicación personal, diciembre de 2017). Esta decisión de favorecer o no a las alumnas, pasa por la empatía y la conciencia social 5.

La falta de empatía y conciencia social afecta negativamente el trato que reciben las mamás de bebés y niños pequeños en la calle, el trabajo, los lugares de recreación, etc. Entre más machismo y clasismo, menos trato digno. De hecho, el machismo puede hacer que el supuesto de que los niños son “asunto” de aquellos de quienes son hijos, llegue al extremo de considerarles “asunto” solo de su madre, puesto que fue ella quien se embarazó: el padre queda exento de responsabilidad 6.

 

2. Aversión hacia lo que la maternidad implica de emoción y perturbación.

Según los valores modernos, cada cual debe lograr un éxito objetivo cuantificable, lo bueno es monolítico y útil 7, lo bonito es estándar y para considerar algo como limpio debe acercarse a lo aséptico. La posmodernidad, por su parte, llegó a la generalización del narcisismo, erigió el consumo como valor y trastocó la vinculación intersubjetiva (cf. Burin, 2007; Carvallo, 2009).  Ni la maternidad ni los bebés o niños pequeños se ajustan a una cultura de este tipo, así que se construye una maternidad de mercado y una crianza para el mercado, que responde y alimenta el narcisismo de los padres; pero ese es otro tema.

5 La falta de una política institucional sobre cómo actuar en estos casos podría ser materia de análisis.
No puede haber verdadera responsabilidad social hacia las niñas y los niños, mientras se les conciba como extensión de su madre. Al respecto, Murillo (2017) hace una crítica sobre el hecho de negar a niñas y niños su condición de sujetos, cuando se conceptualiza como violencia de género contra la mujer, el maltrato que ellas y ellos sufren.
Es decir, lo que incuestionablemente sirve para solucionar o mejorar algo, sin complejidad, sin aspectos conflictivos.

El caso es que en esta cultura no tiene lugar la dependencia del bebé, así que se busca su “independencia”, por absurdo que sea: que duerma en otra habitación, que se alimente por sí mismo y se consuele solo, todo lo más rápido posible. El objetivo es tanto hacerlo capaz como liberar a la madre de ser su principal recurso de sobrevivencia y sobre todo, de ser su sostén emocional. Parece que resulta chocante la idea de sostener emocionalmente a otro ser humano y que resulta aversivo el grado de emocionalidad del vínculo entre la madre y el bebé.

Los procesos emotivos de la mamá que cría, en cuanto resultan incómodos para los demás, son ignorados, despreciados o patologizados. “Todos se asustan de las sensaciones extremas de la madre que ha dado a luz y, en lugar de acompañarla […] prefieren adormecerla” (Gutman, s. f., p. 23). Y es que la mujer fusionada con el bebé vive una regresión psíquica, afloran sus inseguridades y sus cuestiones existenciales sin resolver, dejándola susceptible y vulnerable y a veces con una sensación de vacío (Gutman, s. f.; Hernández, Kimelman y Montino, 2000). Esto es normal, pero especialmente difícil de atravesar si falta apoyo emocional (Gutman, s. f.).

En lugar de apoyo, sin embargo, las madres de bebés suelen encontrar la exigencia social de hacer lo correcto o lo mejor, a costa de sí mismas (Gutman, s. f.; Barbosa, Pinto, Ribeiro, Moura y Campos, 2011). Es común que se les inste a seguir prácticas de crianza o patrones de comportamiento, sin importar si implica ignorar u oponerse a su intuición, deseos y necesidades y sin reconocer sus saberes (Gutman, s. f.) Se hacen bromas con el hecho de que frecuentemente se les den indicaciones contradictorias de diferentes referentes; pero no es gracioso el agobio que esto puede generar (Gutman, s. f.).

Las exigencias se presentan en forma de crítica, de lección, de sugerencia, etc., frecuentemente a través de familiares y personal de salud. De un modo y otro se conduce a las madres a cumplir las expectativas depositadas en ellas, aunque sea evadiendo u ocultando lo que realmente quieren y sienten. Así pasa, por ejemplo, con el mito de que toda madre de un bebé sano está feliz: puede estar cansada pero estará feliz (cf. Gutman, s. f.). Se entiende poco que el inicio de la maternidad implica una reestructuración psíquica perturbadora y que las mamás pueden sentirse confusas, decepcionadas, culpables, desoladas, tensas, etc.

 

El apoyo que necesitan las mamás que crían

La experiencia de cada madre es diferente según su historia, estabilidad emocional previa y recursos psicológicos 8; pero en cualquier caso, la mamá que cría necesita apoyo y no solo apoyo en ayuda práctica, sino también y especialmente apoyo emocional: ser tenida en cuenta, ser acompañada, escuchada, alentada, consolada y que sea protegido su espacio íntimo de fusión con el bebé (Gutman, s. f.).

Esto es lo que tradicionalmente se esperaría del padre de la criatura; pero muchas veces está ausente, no está dispuesto o no puede cumplir esta función (Gutman, s. f.). De hecho, hasta la década de los años ochenta era común creer que los hombres eran poco capaces de brindar cuidados afectivos (Luengo, 2009). Además, hay madres para quienes es muy difícil colocarse en la posición de ser sostenidas emocionalmente y de ser protegidas (Gutman, s. f.).

Por otra parte, es interesante reflexionar sobre el concepto de “corresponsabilidad social en el trabajo de cuidados” que aborda el INMUJERES (2013, p. 3), así sea una propuesta inscrita en la lógica del mercado (cf. Ciriza, 2003). Se trata de una relación entre el Estado, el mercado laboral, la comunidad y las familias, en la que los cuatro actores se ocupan de garantizar la provisión de bienes y servicios relacionados con el derecho de las personas a cuidar y ser cuidadas.

Son recursos psicológicos, por ejemplo, las capacidades de hacer introspección o de reconocer los propios sentimientos.

[Es] un tema complejo que debe ser estudiado con mayor profundidad, para estar en posibilidades de identificar acciones que apoyadas en normas sociales e institucionales con visión de género, contribuyan a mejorar las condiciones de vida de todas las personas. Por ejemplo, la obligatoriedad de extender licencias de paternidad y maternidad; ampliar los servicios de guarderías para las y los empleados del sector público y privado; replantear los horarios y jornadas de trabajo para el mercado y abrir opciones que aprovechen las tecnologías de la información como el trabajo a distancia; proponer incentivos a cuidadoras y cuidadores -prestaciones monetarias por el trabajo de cuidados, políticas de tiempo-, entre otras. (INMUJERES, 2013, p. 30).

En términos de Ciriza (2003), sin que esta sea su sugerencia, convendría tratar de acceder a una ética del cuidado a partir de comprender los imaginarios individuales y colectivos, así como los procesos inconscientes en relación con el deseo. Los grupos de madres ayudarían a construir conocimiento en este sentido y para sus participantes serían fuente del apoyo que necesitan. Gutman (s. f.) es una entusiasta promotora de los grupos de mamás. Berlanga-Fernández, Pérez, Vizcaya-Moreno y Tarrés-Cansado (2013) describen una experiencia exitosa en la que una psicóloga y una enfermera brindan apoyo social formal a madres de bebés, en la dinámica de un grupo.

Está visto que el apoyo brindado por una red social de personas en similar condición es especialmente efectivo para dar seguridad y estabilidad (Barra, 2004; cf.). No obstante, cualquier persona tiene oportunidad de apoyar a las mamás que crían. Se empieza por mirarlas y escucharlas con atención; luego es cuestión de actuar con prudencia y tener consideración.

 

Referencias:
Barbosa, M. A., Pinto, M. C., Ribeiro, S., Moura, D. y Campos, P. (2011). Ser docente de enfermería, mujer y madre: revelando la vivencia bajo la perspectiva de la fenomenología social. Revista latinoamericana de Enfermagem, 19, 1, Recuperado de: http://www.enfermeriaaps.com/portal/wp-content/uploads/2011/09/enfermera_docente.pdf
Barra, E. (2004). Apoyo social, estrés y salud. Psicología y salud, 14, 2, 237-243. Recuperado de: http://revistas.uv.mx/index.php/psicysalud/article/view/848/1562
Berlanga-Fernández, S., Pérez, R., Vizcaya-Moreno, M., Tarrés-Cansado, R. (2013). Apoyo social formal a un grupo de madres con hijos menores de un año. Aquichan, 13, 2, 206-215. Recuperado de: http://www.redalyc.org/html/741/74128688012/
Burin, M. (2007). Trabajo y parejas: impacto del desempleo y de la globalización en las relaciones entre los géneros. Recuperado de: http://xenero.webs.uvigo.es/profesorado/mabel_burin/trabajo.pdf
Carvallo, H. (2009, 21 de febrero). La familia nuclear. Nacimiento, desarrollo y muerte de una institución social. [Publicación en un blog]. Recuperado de: https://laviagaussiana.wordpress.com/2010/02/21/la-familia-nuclear-nacimiento-desarrollo-y-muerte-de-una-institucion-social/
Ciriza, A. (2003). Herencias y encrucijadas feministas: las relaciones entre teoría(s) y política(s) bajo el capitalismo global. En: Boron, A. Filosofía política contemporánea. Buenos Aires: CLACSO. Recuperado de: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/teoria3/ciriza.pdf
Esteban, M. L. y Távora, A. (2008). El amor romántico y la subordinación social de las mujeres: revisiones y propuestas. Anuario de Psicología, 39, 59-73. Recuperado de: http://www.raco.cat/index.php/anuariopsicologia/article/viewFile/99354/159761&q=entre+mujeres+haciendo+el+amor+romantico&sa=X&ei=6c4ZUKTTNMSQhQeSi4C4Cg&ved=0CBUQFjAA
Guerra, V. (2010). La violencia del cuidado del bebé y el placer de la subjetivación en el jardín de infantes. Recuperado de: http://www.apuruguay.org/sites/default/files/LA-VIOLENCIA-DEL-CUIDADO-DEL-BEBE-Y-EL-PLACER-DE-LA-SUBJET-V-GUERRA.pdf
Gutman, L. (S. f.). La maternidad y el encuentro con la propia sombra. S. d.  
Hernández, G., Kimelman, M. y Montino, O. (2000). Salud mental perinatal en la asistencia hospitalaria del parto y puerperio. Revista médica de Chile, 128, 11. Recuperado de: https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?pid=S0034-98872000001100015&script=sci_arttext&tlng=pt
Instituto Nacional de las Mujeres [INMUJERES] (2013). El trabajo de cuidados en los hogares mexicanos, ¿responsabilidad compartida? Documento preliminar. Recuperado de: http://www.inegi.org.mx/eventos/2013/encuentro_genero2013/doc/El%20trabajo%20de%20cuidado%20en%20los%20hogares%20PRELIMINAR.pdf
Luengo, T. (2009). La representación social de la parentalidad. Una revisión del marco teórico en ciencias sociales. Revista PsicologiaCientifica.com, 11. Recuperado de: http://www.psicologiacientifica.com/bv/psicologia-425-2-la-representacion-social-de-la-parentalidad-una-revision-del-marco-teorico-en-ciencias-sociales.html
Murillo, A. (2017, 3 de enero). Cuando un padre asesina a unas criaturas para hacer daño a la madre no es un acto de violencia de género sino de violencia contra la infancia. El hecho de que el padre use el quitarles sus vidas para dañar [actualización de estado de Facebook] Recuperado de: https://www.facebook.com/aliciamurillo/posts/10155963135969785?pnref=story
Orellana, M. J. (2015). Maternidad y ruralidad: experiencias de ser madres en un sector rural. [Tesis.] Universidad del Bio Bio. Chillán, Chile. Recuperado de: http://repobib.ubiobio.cl/jspui/bitstream/123456789/1416/1/Orellana%20Almarza%2c%20Maria%20Jesus.pdf
Sánchez, J. M. (2008). La infancia en la sociedad del conocimiento. Revista Iberoamericana de ciencia, tecnología y sociedad. 11, 23-43. Recuperado de: http://www.scielo.org.ar/pdf/cts/v4n11/v4n11a03.pdf
Sandín. B. (2003). El estrés: un análisis basado en el papel de los factores sociales. International Journal of Clinical and Health Psychology, 3, 1, 141-157.

 

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