La Covid-191 ha hecho que en algunas ciudades haya familias viviendo relativamente encerradas en sus casas desde marzo del presente año, como medida preventiva del contagio, recomendada por las autoridades sanitarias.

    Ya que la familia es un grupo con vínculos tan profundos como tendientes al conflicto, hay mucho por observar en una situación tan peculiar. Este artículo trata sobre una de esas cuestiones: ¿Cómo les va a niñas y niños prácticamente “encerrados” con cuidadores estresados por la pandemia? Adelantando la repuesta, Espada, et al. (2020, p. 2) afirman que: “El estrés psicosocial de los cuidadores, el cierre de los centros educativos y el consumo de alcohol y tóxicos han sido identificados como causas del riesgo de prácticas parentales negligentes […] y otras situaciones de maltrato físico y emocional hacia los menores”.

    El grupo apartado de la demás gente o que no puede salir de algún sitio ha sido abordado por diversas disciplinas; están los experimentos de Santiago Genovés o películas como El ángel exterminador, de Luis Buñuel. En cuanto a confinamientos para evitar contagios en medio de una epidemia, nada tan emblemático como El Decamerón de Boccaccio. Si se trata de familias forzadas a permanecer bajo el mismo techo, un clásico es el drama de García Lorca, La casa de Bernarda Alba; décadas después, Luis Spota escribiría La carcajada del gato, basándose en una historia real que luego se llevó al cine2. También están, por supuesto, las dinámicas de telerrealidad en las que un grupo convive sin salir de un espacio determinado o una familia de celebridades muestra su cotidianeidad para que el auditorio se entretenga. Todo un tema. 

    1 La Covid 19 es una enfermedad causada por el virus SARS-Cov-2, cuya transmisión ha provocado una pandemia. Entre sus síntomas comunes están tos, fiebre, dolor de cabeza, dolor de garganta y malestar general. https://coronavirus.gob.mx/informacion-accesible/
    2 La película, dirigida por Arturo Ripstein, lleva por título “El castillo de la pureza”.

     

    Lo que ha pasado los últimos meses en las casas de las familias que atienden el reiterado llamado a salir lo menos posible es tan diverso como las propias familias. Algunas han creado momentos entrañables. Hay niñas y niños que están jugando más que nunca con sus papás y aunque extrañen los recreos con sus compañeros o las visitas a los abuelos, aprecian la atención que reciben. En otros hogares es diferente. La “convivencia sostenida y forzada” sobrecarga de trabajo a las mujeres y aumenta la fricción en las interacciones (Orellana y Orellana, 2020): el ambiente se tensa y las personas se fastidian de tratarse. Donde ya había violencia, el peligro aumenta (ONU Mujeres, 2020; Unicef, 2020).

    La pandemia eleva el estrés familiar no solo por el riesgo de contagio, sino también por lo que conllevan las medidas de distanciamiento social, cuarentena o confinamiento. Según Ramírez-Ortiz, et al. (2020, p. 2): “Son múltiples las alteraciones psicológicas asociadas [a una epidemia] que van desde síntomas aislados hasta trastornos complejos con  un  deterioro  marcado  de  la  funcionalidad,  tales  como  insomnio, ansiedad,  depresión  y  trastorno  por  estrés  postraumático”. Por un lado, se dejan de satisfacer necesidades psicológicas que se cubrían en los encuentros sociales y cambiando de escenario. Por otro lado, aparecen múltiples demandas de respuesta: implementar protocolos de limpieza, apoyar a los parientes de mayor edad, calcular riesgos por hacer o dejar de hacer, compensar la merma en los ingresos económicos y ajustar rutinas. Si hay niñas, niños o adolescentes en casa, es probable que expresen su ansiedad con conducta irritable y desafiante3, lo que a su vez aumenta el estrés de los adultos (Cfr. Espada, et al., 2020) Como señalan Flores, et al. (2009), “la conducta de padres e hijos se influye mutuamente”; sin embargo, aunque parezca verdad de Perogrullo, debe resaltarse que los dependientes son los menores: ellos requieren la mediación de sus adultos significativos para afrontar la situación (Espada, et al., 2020).

    Se ha reportado que asociado a la pandemia, niñas y niños sienten miedo, tristeza, ansiedad, llegan a desarrollar problemas psicológicos graves, ven limitado su acceso a servicios de salud mental y en el caso de niñas y niños con diversidad funcional, cursan con complicaciones (Unicef, 2020; Espada, Orgilés, Piqueras y Morales, 2020).   

     

     Orellana y Orellana (2020, p. 104) destacan el efecto estresante del poco control percibido sobre una situación relativamente impredecible que obliga a tomar decisiones rápidas sin certezas y habiendo sido disminuidos los recursos materiales y sociales a los que comúnmente se tiene acceso. Esto último es fundamental. Que las personan vivan una situación inédita como algo que potencia la creatividad o como un malestar perturbador, en gran medida depende del acceso que tengan a recursos materiales, sociales y psicológicos para responder a las demandas que se las presentan. Si sienten que no pueden manejar lo que está pasando, percibirán amenaza, su organismo responderá como responde al peligro y eventualmente habrá crisis.

    A menudo no se es consciente de la cantidad de recursos de los que se echa mano, por eso asombra que en otras familias sea un caos, algo que no lo es en la propia. También es común la inconsciencia sobre los recursos específicos que hacen falta, por lo cual las personas se sienten culpables si no consiguen lo mismo que otros. Como ilustración: poder entrar a Instagram a buscar qué hacer con las crías, tener papel y marcadores, tiempo y habilidad para usarlos más una red en la que se comparte la experiencia, da cuenta de numerosos recursos; para empezar, funciones mentales ejecutivas4 que entran en juego al procesar la información y llevar a cabo la actividad. 

    Así las cosas, cuando las autoridades educativas dispusieron que quienes tuvieran manera de emplear la tecnología para seguir el curso escolar a distancia, lo hicieran, los recursos de cada miembro de la familia y del grupo familiar como tal resultaron cruciales para que la experiencia fuera enriquecedora, problemática o francamente dañina. En redes sociales, mamás expusieron su frustración y cansancio, generándose una conversación colectiva sobre la pertinencia de estos esfuerzos y sobre las premisas culturales evidenciadas; por ejemplo, al parecer, incluso estando los papás en casa, eran primordialmente mamás las encargadas de asistir a niñas y niños en cuestiones escolares. 

    En este punto cabe resaltar que en México, no solo está normalizado el maltrato infantil, sino que se romantiza. Muchas y muchos aprecian agresiones recibidas como si hubieran sido necesarias para la formación. Una enorme cantidad de personas tiene asociados los gritos, insultos y golpes de papá y mamá, no con incompetencia parental sino con amor y responsabilidad, lo cual les da licencia para a su vez gritar, insultar y pegar, es decir, para maltratar. Con este bagaje cultural, en un momento de estrés inaudito, la hora de hacer “la tarea” puede ser realmente un mal momento. No obstante, el pensamiento adultocéntrico5 subestima el problema de soportar adultos estresados y de ser parte de una población cuasi-segregada. 

    “Las funciones ejecutivas son un conjunto de habilidades implicadas en la generación, la supervisión, la regulación, la ejecución y el reajuste de conductas adecuadas para alcanzar objetivos complejos […] Son responsables tanto de la regulación de la conducta manifiesta como de la regulación de los pensamientos, recuerdos y afectos que promueven un funcionamiento adaptativo […] su función es la de proporcionar un espacio operativo y un contexto de integración de [los procesos de atención y de memoria] con objeto de optimizar la ejecución en función del contexto actual […] y de la previsión de nuestros objetivos futuros” (Verdejo-García y Bechara, 2010). 
     El “adultocentrismo” se refiere a una visión de la persona adulta como paradigma de lo humano; impacta la organización social y familiar; sin embargo, para lo que concierne a este texto, Carolina Aguilera (2017) lo resume claramente: “se basa en la superioridad de poder que tienen los adultos respecto a los niños/as y jóvenes. Implica entender que los adultos tienen más derechos que los menores, es una forma de educar en […] la que se pueden utilizar métodos que no utilizaríamos con adultos por cuestiones morales”.

     

    Que el ciclo escolar concluya es un alivio para muchas familias; sin embargo, por más difícil que haya sido llevar el ritmo de las clases virtuales o del envío de evidencias a las maestras, terminar con esta serie de actividades mueve de nuevo la dinámica familiar, lo cual obliga a hacer ajustes, con lo que eso tiene de estresante. Ahora, en muchos hogares, habrá niñas y niños sin el orden de la rutina centrada en la escuela y a la vez sin vacaciones normales porque la pandemia sigue su curso. En algunas localidades continúa la indicación de permanecer en casa; en otras se puede salir con cuidados especiales. ¿Cómo asegurar el buen trato que merecen niñas y niños, en esta situación? A continuación se ofrecen tres pautas para lograrlo.

    1.Haz un compromiso.

    En los sitios de internet abundan recursos gratuitos para mostrar afecto, entretener y enseñar a niñas y niños, desde videos educativos hasta guías completas para pasar la cuarentena, pasando por consejos específicos según la edad, tutoriales para elaborar juguetes, etc. Hay cualquier cantidad de sugerencias para crear hábitos saludables, detener conductas disruptivas, desarrollar habilidades y lo que se requiera. El buscador de Google arroja más de dos millones de resultados para “crianza respetuosa”, que incluyen su definición, pautas para implementarla y aclaraciones. A cualquiera con acceso a Internet, le basta con querer saber para enterarse de cómo tratar bien a niñas y niños. El problema es llevar las ideas a la práctica, pero estar bien informada ayuda mucho; por ejemplo, quita el prejuicio de que “tratar bien” signifique “dejar que ellos manden”, “dejar que hagan lo que quieran” o “no corregir”.

    El buen trato ni siquiera es necesariamente dulce; es respetuoso y amable. Y, si bien la amabilidad se asocia con la suavidad, no se refiere a usar una voz cantarina y ojos entornados; se refiere a la consideración y cortesía elementales. En México, el DIF Nacional desarrolló una metodología para fomentar la “Cultura del buen trato en las familias”, según la cual, el “buen trato” son prácticas de amor y respeto para que las personas se relacionen de mejor manera y puedan ser más felices. En su página de internet: http://sitios.dif.gob.mx/buentrato/ hay información y actividades en un formato y lenguaje muy accesibles.

    De cualquier manera, ser persistente en el camino del buen trato será difícil para la mayoría porque es ir a contracorriente de la cultura dominante; por ello es indispensable hacer un compromiso personal y colocar como prioridad la resolución de tratar bien a los hijos. Tener claridad en este sentido hará que puedas abandonar cierta actividad si es necesario, cambiar un plan si es necesario, pedir disculpas si es necesario, es decir: hará que hagas lo que tengas que hacer para privilegiar el buen trato. Siempre. Sin importar que se “porten mal” o que estés agotada. Puede que falles, pero haber hecho el compromiso contigo misma te llevará a entender que si fallas es tu fallo, no el suyo; por ejemplo: no les gritaste porque “se lo buscaron”, sino porque no te pudiste expresar de otra manera, así que procede pedir una disculpa y seguir trabajando en ti misma. Esto lleva a la siguiente pauta.  

    2.Asume el papel de adulto a cargo de la situación. 

    Entre tus hijos menores y tú, eres a quien corresponde autorregularse, regular el ambiente y hacerse cargo de lo que esté pasando. Lo que hagan las criaturas, pequeñitas o crecidas, no debe moverte de tu posición como persona a cargo. Serás receptiva a su estado de ánimo, a su disposición o indisposición, te enojarás y fastidiarás cuando haya motivo, pero ni su conducta ni tus propios sentimientos moverán la resolución de tu compromiso; para ello es necesario que consigas los recursos que te permitan sostenerte a ti misma: desde un buen café hasta terapia psicológica, pasando por las imprescindibles conversaciones con amigas. Si no sabes establecer límites, responder a la conducta desafiante o disruptiva de manera respetuosa: aprende, busca ayuda. Necesitas firmeza y paciencia para tratar con niñas y niños (cfr. Unicef, 2014); si no las tienes, entrénate. [Recuerda la pauta número 1.]

    Instaura un clima de respeto en tu hogar. Haz que el respeto sea lo normal en todo lo que concierne a seres vivos: hacia las plantas, los animales, el trabajo de los demás, la preferencia de los otros, etc. En palabras de Suárez y Mendoza (2008, p. 6): “cuando las personas no actúan sobre la base de la tolerancia, respeto y armonía originan relaciones caracterizadas por la agresividad y frustración, lo que ocasiona entre otras cosas: discordia, desdenes, amenazas; relaciones sociales conflictivas que casi siempre violentan los derechos de las personas […]”.

    Si eres parte de una pareja parental, trata de estar en sintonía con la otra persona para que ambos estén a cargo en el camino del buen trato. Esto tiene dos aspectos. En primer lugar, ambos padres deben dar un buen trato; pero que el otro no lo haga, no es pretexto para no hacerlo. A menudo, los adultos se disculpan a sí mismos con variantes de “el otro es peor”. Mueve tus parámetros para dar a tus hijos el mejor trato posible y no solamente aquel que no es condenable. En segundo lugar, que ambos estén a cargo significa que el trabajo debe ser equitativo. No esperes a estar abrumada para exigir la cooperación que corresponde y pedir la ayuda que haga falta porque abrumada tendrás más difícil dar un buen trato.

    3.Acepta el riesgo del maltrato.

    Por lo general, se caracteriza al padre maltratador o a la madre maltratadora como personas horribles que torturan, abandonan o matan. Sin embargo, insultar, amenazar, ridiculizar, manipular y causar dolor físico de cualquier manera es maltratar (Unicef, 2014). El daño provocado “depende de la naturaleza, el grado, la frecuencia y la severidad de la exposición […] a la violencia” (Unicef, 2014), pero en todos los casos afecta el autoestima y la autoconfianza de las niñas y los niños, así como la forma en que se relacionan con los demás. Si gritas o pegas a tus hijos, los estás maltratando. Si no lo haces, lo más probable es que te veas tentado a hacerlo alguna vez, puesto que hay un amplio permiso social para ello: cúrate en salud.

    La relación de papá y de mamá con los hijos está atravesada por una impresionante diferencia de poder. Papá y mamá son más grandes, más fuertes y proveedores de todo lo que el niño y la niña necesitan, incluyendo las explicaciones sobre el mundo y la vida, la aprobación y el cariño. Si es verdad que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente, los papás y las mamás deben tener mucho cuidado. Convierte a tus hijos en aliados de tu propósito: es más difícil que los maltrates si les enseñas cómo es la violencia, que deben ser respetados y que específicamente tú debes respetarles. Lo más probable es que te lo recuerden. 

    Conoce el maltrato infantil y decide que no es aceptable en tu hogar. Si bien son muy útiles los recursos para aprender a manejar las emociones o las opciones para conseguir que niñas y niños hagan lo que se espera de ellos “por las buenas”, la clave fundamental del buen trato está en los parámetros de normalidad asumidos. La mayoría de los lectores de este artículo, por muy molestos que estén, no pinzarán a sus hijos con espinas de maguey hasta hacerlos sangrar ni les obligarán a oler el humo de chile tostándose para que sientan que se asfixian. No lo harán porque en sus parámetros de normalidad esto resulta cruel, fuera de lugar e innecesario. Revisando qué es la violencia y qué es la crianza respetuosa, dar nalgadas o gritar resultará también cruel, fuera de lugar e innecesario. Que el conocimiento mueva tus parámetros para que lo violento te resulte inaceptable. 

    ¿Es verdaderamente posible?

    Mientras escribía este artículo, mi hija de cuatro años bajó el switch de la electricidad. Mi laptop no tiene batería, así que se apagó. Mi reacción fue gritar como energúmena: “¡NO! ¡TE DIJE QUE NO HICIERAS ESO!” y unas tres frases más con el mismo mensaje, en el mismo volumen alto y tono iracundo. Habría sido gracioso estar escribiendo sobre el buen trato y reaccionar de esta manera, si no fuera porque maltratar no es gracioso. Los gritos duelen. Para empezar, gran parte de mi enojo se debía al trabajo perdido y mi hija ni es responsable de que la laptop no tenga batería ni de que el texto no se guarde cada cinco minutos. A eso se refiere el asumir que una, la mamá, es la adulta a cargo: a dejar de culpar a otros por aquello de lo que somos responsables. Luego está el propósito del grito. No sirve para enseñar, a menos que grites de tal manera que aprendan a temerte. Como no quiero que mi hija me tenga miedo, gritar no me sirve. 

    Reconozco el maltrato. No me flagelo ni lo suavizo. Ella se fue a la recámara y yo respiré profundo antes de seguirla. Me senté en la cama junto a ella. Me disculpé. Le expliqué lo que había pasado. Nos abrazamos y besamos. Al rato volvió a acercarse a donde está el switch, pero la detuve a tiempo. Aprende con base en muchas repeticiones. Ni modo. Yo también estoy aprendiendo y ella me tiene tanta paciencia como buena voluntad.

    En nuestra cultura es difícil encontrar a alguien que no haya maltratado nunca; pero la decisión de dar un buen trato cuenta y es más importante que el nivel de estrés, el grado de estudios, la posición económica o características personales. No se requieren cualidades extraordinarias: se requiere hacer un compromiso, encontrar o crear recursos a pesar incluso de que se desaten pandemias y persistir, volviendo a empezar las veces que haga falta.  

    Referencias
    Aguilera, C. (2017, enero 13). Adultocentrismo. Carolina Aguilera. https://www.carolina-aguilera.es/adultocentrismo/
    Barraza, A. (2020). El estrés de pandemia (COVID 19) en población mexicana. http://www.upd.edu.mx/PDF/Libros/Coronavirus.pdf
    Espada, J. P., Orgilés, M. y Piqueras, J. A. y Morales, A. (2020). Las buenas prácticas en la atención psicológica infanto-juvenil ante el COVID-19. Clínica y salud. https://www.researchgate.net/profile/Jose_Espada/publication/340967589_Buenas_practicas_en_la_atencion_psicologica_infanto-juvenil_ante_el_COVID-19/links/5ea80d33a6fdcccf72690c17/Buenas-practicas-en-la-atencion-psicologica-infanto-juvenil-ante-el-COVID-19.pdf
    Flores, R. M., Cortés, M.L. y Góngora, E.A. (2009). Desarrollo y validación de la Escala de percepción de prácticas parentales de crianza para niños en una muestra mexicana. Revista Iberoamericana de Diagnóstico y Evaluación – e Avaliação Psicológica, 28, 45-66. https://www.redalyc.org/pdf/4596/459645444004.pdf
    ONU Mujeres México. (2020). COVID-19 y su impacto en la violencia contra las mujeres y niñas. https://mexico.unwomen.org/es/digiteca/publicaciones/2020-nuevo/abril-2020/covid19-y-su-impacto-en-la-violencia-contra-las-mujeres-y-ninas
    Orellana, C. I. y Orellana, L. M. (2020). Predictores de síntomas emocionales durante la cuarentena domiciliar por pandemia de COVID-19 en El Salvador. Actualidades en Psicología, 34, 103-120. https://revistas.ucr.ac.cr/index.php/actualidades/article/view/41431/42403
    Ramírez-Ortiz, J., Castro-Quintero, D., Lerma-Córdoba, C., Yela-Ceballos, F. y Escobar-Córdoba, F. (2020). Consecuencias de la pandemia COVID-19 en la salud mental asociadas al aislamiento social. https://preprints.scielo.org/index.php/scielo/preprint/view/303/358
    Suárez P. y Mendoza, B. (2008). Desarrollo de la inteligencia emocional y de la capacidad para establecer relaciones interpersonales e intrapersonales. Laurus, 27, 76-95. https://www.redalyc.org/pdf/761/76111892005.pdf
    Unicef (2020). Cuando el hogar no es seguro: la cuarentena puede aumentar el riesgo de violencia. inf https://ciudadesamigas.org/covid-19-cuarentena-violencia-infantil/antil
    Unicef (2014). Herramientas para la crianza. Uruguay: Autor. https://unicef.org.mx/storage/app/media/Guia-crianza-MX-Sep14.pdf
    Verdejo-García, A. y Bechara, A. (2010). Neuropsicología de las funciones ejecutivas. Psicothema, 2, 227-235. https://www.redalyc.org/pdf/727/72712496009.pdf

     

    0 Comentar
    0 FacebookTwitterPinterestEmail
Call Now ButtonLLÁMANOS