6 logros del Divorcio

De: Andrés Tovilla Sáenz
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Cuando sobreviene la separación de una pareja todo lo que parecía claro se vuelve nublado y oscuro, se siente una inmensa confusión que pone en riesgo otras áreas de la vida, olvidando logros o cualquier fuente de orgullo, haciendo inaccesible cualquier forma de generar una autoimagen positiva. Es un ataque severo a la autoestima, gran causa de estrés e incluso una de las mayores crisis existenciales (Yerushalmi, 2008). Las emociones a veces se salen de control, incluso en el plano neurológico (Payás, 2010) y existe un notable impacto en las relaciones sociales (Knipscheer, Van Groenou, Broese, Van Tilburg, 2004) que puede transformar la experiencia de vida. En algunas ocasiones la separación es súbita y en otras paulatina, pero el estrés en ambos casos se hace presente y es necesario un trabajo de duelo.

Se puede resurgir a una existencia feliz después de la resolución del duelo de dicho acto. A continuación posibles logros, de preferencia con el apoyo de un psicoterapeuta.

  1. Se ha tenido una separación exitosa como otras en la vida

En el divorcio se emprende una nueva separación, una renuncia a vivir en relación con otro, que produce una sensación subjetiva de vacío. En toda la vida existen estas sucesiones de separaciones y abandonos. Cuando surge el conflicto crónico se revive una situación conflictiva con relaciones internalizadas del pasado (Kernberg, 1995).

Este trabajo aborda lo relacionado con la psicología del divorcio en la pareja y no en sus hijos. Esta aclaración es pertinente porque se pone a la separación de los padres comúnmente como una causa de perturbación psicológica. Pero, ¿qué hay detrás de quienes deciden divorciarse desde el punto de vista psicológico?

Conforme las parejas se aproximan a la decisión de divorciarse su insatisfacción existencial aumenta, pero una vez consolidada la separación el estado de felicidad se acrecienta de manera paulatina, según un estudio longitudinal realizado en 30,000 divorciantes alemanes (Lucas, 2005).

  1. El divorcio no es un problema sino una solución

El mayor cambio durante las décadas recientes en la vida familiar se encuentra en las nuevas constituciones vinculares, en las que el alza en la tasa de divorcios juega un papel preponderante. El divorcio es una solución y no una problemática como se quisiera ver; sin embargo, constituye una crisis existencial, pues empuja al sujeto a replantear valores y prioridades.

Un proceso de divorcio es una condición estresante. El contrato de pareja implica un intenso intercambio de emociones, lo cual es muy angustiante y se debe tener habilidad para disminuirlo (Schulz y Wakdinger, 2010), pues existe un conflicto entre la historia personal de cada miembro y las condiciones mínimas con que cuenta para prevalecer. Desde el comienzo del desencuentro amoroso los niveles de ansiedad suben y eso ocasiona la incomprensión de los mensajes del cónyuge. A mayor zozobra, menor entendimiento.

Para evidenciar que el divorcio es una solución, se cita modelos que alinean jerárquicamente a esposas de matrimonios considerados felices y divorciadas. Cuando se incluye a aquéllas en una unión infeliz pero estable, muestran mayores niveles de inseguridad a lo largo del tiempo (Andersson, 2012). Mantener una vida matrimonial de agresión constante produce sufrimiento psicológico. Este conflicto marital crónico provoca daños a la salud de uno o ambos cónyuges.

Desde el punto de vista de la identidad, las crisis son situaciones en las cuales los significados y las creencias ligadas al sí mismo son cuestionadas por determinados cambios graduales o abruptos en el estatus ante la sociedad (Anderson, 2012).

Al ver al divorcio como una solución se cierra la puerta a la angustia derivada de creer que se vive en constante conflicto. El percibir una solución conlleva saberse en una nueva etapa existencial.

  1. Una solución exitosa del divorcio es que el odio acabe

El aborrecimiento es una constante emocional en los procesos de divorcio, si se constriñe surge la represión, si se manifiesta hay impedimentos para continuar una vida placentera. La sensación de vacío es una acompañante del duelo, surge y desaparece constantemente.

Quien se divorcia cumple con deseos inconscientes no satisfechos e introyectados por los progenitores no divorciantes que estaban en constante conflicto. El odio entre los padres se convierte en una necesidad constante de separación de la pareja, aunque ésta no tenga culpa alguna, o los hechos negativos de la relación tienden a magnificarse.

El esquema clasificatorio del odio patológico de Kernberg, citado por Demby (2009), se aplica a divorcios de alto conflicto en los que es visto como un esfuerzo destructivo y al mismo tiempo una necesidad desesperada del otro. La dificultad de hacer el duelo de la relación marital perdida, proveniente de una patología del carácter o de un trauma infantil, crea un terreno fértil para este odio extremo.

Roberto, de 38 años, tiene dos años de haberse separado de su esposa, con quien tiene dos hijos de 5 y 7 años. El divorcio se ha judicializado por cuestiones económicas y llega a consulta con fuertes sentimientos de odio hacia su exmujer. Esto le ha impedido tomar decisiones favorables a una separación legal en beneficio de los niños. Pareciera que este extremo pensamiento agresivo le permite alejarse de la depresión.

La superación del divorcio se da en el territorio de la ambivalencia del amor y el odio (Holder, 1975). Se tiene que despreciar y odiar, pero no se puede dejar de valorar lo perdido. Para Freud (1915) el duelo es posible gracias al retiro paulatino de la libido investida en el objeto que se siente disipado, en una confrontación constante con la realidad de la falta y la melancolía o depresión constituye un estado de ánimo doloroso, en el que cesa el interés por el mundo exterior, se pierde la capacidad de amar, se disminuye funciones psíquicas y fisiológicas y el amor propio se inhibe y los reproches y acusaciones hacía sí mismo aumentan y se espera de manera delirante el castigo. Se puede pasar de un duelo por un divorcio a una depresión constante, pero también un estado depresivo puede producir el divorcio, ante el alejamiento de la pareja por el rechazo que produce el melancólico.

No se debe “tragar” el odio. No se puede destruir a alguien tragando el veneno del odio. El olvido desde éste produce mayor enfermedad psicológica.

  1. En la vida hay pérdidas necesarias

El divorcio provoca un duelo en etapas cambiantes y superpuestas (Viorst, 1986) que quizá sea negado. La negación de la separación produce mecanismos maniacos de defensa fundamentalmente en forma de desprecio hacia la pareja abandonada, lo cual reproduce además una envidia patológica por aspectos en los cuales se cree que el excónyuge se ha visto beneficiado en perjuicio del divorciante. Para Kernberg (1995: 166) “la supervivencia de la pareja puede sacar a luz la naturaleza fantástica, exagerada, de los miedos inconscientes que rodean la agresión reprimida o disociada.”

El ataque en este proceso a la autoestima es devastador y generador de una depresión profunda. Produce una crisis de identidad, conlleva la eliminación, que puede ser abrupta de un self intersubjetivo o personalidad conjunta que le permitía al sujeto vivir con cierto reforzamiento constante de la personalidad. Se concebía a sí mismo como “alguien con…” y ahora con el divorcio es “alguien sin…”. Recuperar un estado de plenitud implica la búsqueda frenética de algún otro que compense la pérdida.

Wallerstein y Blakeslee (1989) hacen notar que el duelo de la pérdida del matrimonio y las esperanzas del futuro que le acompañan es una tarea psicológica importante para el divorciante. Existen personas que se divorcian más de una vez y tratan de entender qué patrones repetitivos existen en tal conducta. Para Corneau (2003: 63) “reconocer la acción de las partes destructivas que uno tiene para estar en condiciones de cambiar de actitud” permite una toma de conciencia para modificar la historia.

Quizá exista una freudiana “compulsión a la repetición” (Freud, 1920) en el matrimonio, es decir, conductas tendentes a destruir al vínculo. Es como si algo alojado en el inconsciente diera la orden destructiva. Esto ocurre cuando la relación de pareja se convierte en una experiencia estresante. Actualmente, es más fácil divorciarse, pues hay menos presión social para no hacerlo. Uno de los actos destructivos es la infidelidad no consensuada o perdonada.

Alma tiene 48 años. Con su exmarido decidió un divorcio voluntario debido a la incapacidad de ambas partes de confrontar la agresión psicológica y verbal mutua. Dos meses después de la separación, llega a consulta con fuertes sentimientos de minusvalía y un estado de ánimo fuertemente apagado que ya le estaba impidiendo trabajar como docente universitaria de manera normal. “Siento como si me hubiera vuelto loca, como que algo me falta; además, lo odio tanto…”. Sensación de vacío que el odio llena, no hay cupo para encontrar situaciones positivas de una relación matrimonial de 13 años en la cual no hubo hijos. La ira le impide pensar.

Llegar a la conclusión de que era necesaria esa pérdida para una mejor vida es difícil, incluso planteárselo a sí mismo puede producir un profundo rechazo a esta idea. Sin embargo, perdido está y es necesario tener nuevos propósitos que la situación ayuda a concebir.

  1. El perdón es importante

La adaptación al divorcio y el perdón dependen del apoyo recibido durante el proceso por el excónyuge. Existe un mejor ajuste en la medida en que las personas estén educadas. Quienes perdonan tienden a apoyarse más y el proceso de duelo de ambas partes se retroalimenta positivamente (Yarnóz-Yaben, 2015).

La adaptación humana a las crisis es notable y por eso los duelos por separación son superables. Salir de esto requiere de un proceso adaptativo, o sea psicoeducativo.

El perdón como resultado de la separación es de especial importancia cuando una o ambas partes se atribuyen la responsabilidad del sostenimiento del mismo, acusando a su contraparte. Requiere una decisión de aprender nuevos aspectos acerca del propósito existencial, desarrollando una visión del futuro que permita relaciones positivas con el adversario. Simboliza psicológicamente salir del pasado hacia el emprendimiento de relaciones pacíficas.

  1. La soledad produce amor propio y creatividad

La recuperación de una crisis de pareja ha sido sistemáticamente asociada con el desarrollo psicológico y los procesos diádicos. Quienes son considerados más apegados durante la infancia se recuperan mejor de esta clase de conflicto (Salvatore, Chun-Kuo, Steele y Simpson, 2011) y si este tipo de persona se divorcia de otra ambas podrán salir del duelo con mayor eficacia.

Avanzar en la crisis del divorcio implica la superación de un trauma y la adquisición de experiencias y fortalezas. Un proceso psicoterapéutico positivo debe apoyar a la persona a descubrirlas. La fortaleza  que se adquiera conducirá a una mayor trascendencia del self (Jose y Padmakumari, 2016), cambiando el significado del divorcio de ser algo lamentable a un designio afortunado, suceso que permitió avanzar en el trayecto existencial.

El análisis de la agresión es fundamental para que un terapeuta ayude a la construcción de un “buen divorcio” (Amato, Kane y James, 2011). Mediante éste se entenderá qué va bien o mal en un duelo.

Pérdida, duelo y creatividad son etapas del proceso a seguir. Es decir, se resurgirá del duelo con un self creativo en una nueva etapa de vida (Prego-Silva, 1978). Para Wise (1980) un “divorcio exitoso” es la aceptación emocional de la separación permanente, la rendición a seguirse involucrando emocionalmente con la ex expareja al relegar la relación marital a la memoria, una redefinición y aceptación de uno mismo como una persona nuevamente soltera, con la capacidad de encontrar una nueva persona amada.

La conciencia de estar en soledad al divorciarse será positiva si se entiende que la impulsa a un conocimiento más profundo de sí mismo. Este conocimiento es la clave para la recuperación y el crecimiento de un amor propio sano. Cabe pensar en una soledad creativa que construye un ser trascendente.

Referencias
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Amato, P., Kane, J., & James, S. (2011). Reconsidering the “good divorce”. Family relations, 60(5), 511-524. Retrieved from http://www.jstor.org/stable/41403621.
Bowlby, J. (1980). Attachment and loss. Int. Psycho-Anal. Lib., 109:1-462. London: The Hogarth Press and the Institute of Psycho-Analysis.
Corneau, G. (2003). Víctima de los demás, Verdugo de sí mismo. Barcelona, Kairós, 2006.
Demby, S. (2009). Interparent hatred and its impact on parenting: assessment in forensic custody evaluations. Psychoanal. Inq., 29:477-490.
Freud, S. (1915). Duelo y melancolía. Obras completas. T. XIV. Buenos Aires Amorrortu. 1989.
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Holder, A. (1975). Theoretical and clinical aspects of ambivalence. Psychoanal. St. Child, 30:197-220.
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Kernberg, O. (1995). Relaciones amorosas. Normalidad y patología. Barcelona, Paidós, 1998.
Knipscheer, C. P. M.; van Groenou, M. I. Broese; cvan Tilburg, T. G. (2004). Changes in the personal network after divorce. Psychology and Health Newsletter; Mar 2004; 8(1); 19-20. http://dx.doi.org/10.1037/e537232011-003.
Lucas, R. (2005). Time does not heal all wounds: A longitudinal study of reaction and adaptation to divorce. Psychological Science, 16(12), 945-950. Retrieved from http://www.jstor.org/stable/40064362.
Payás, A. (2010). Las tareas del duelo. Barcelona, Paidós, 2016.
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Salvatore, J., Kuo, S., Steele, R., Simpson, J., & Collins, W. (2011). Recovering from conflict in romantic relationships: A developmental perspective. Psychological Science, 22(3), 376-383. Retrieved from http://www.jstor.org/stable/25835382.
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Viorst, J. (1986). Pérdidas necesarias. Madrid, Plaza & Janés Editores, 1990.
Wallerstein, S. Blakeslee, S. (1989). Second chances: men, women, and children a decade after divorce. New York: Ticknor & Fields.
Wise, M. J. (1980). The aftermath of divorce. Am. J. Psychoanal., 40(2):149-158.
Yárnoz-Yaben, S. (2015). Forgiveness, adjustment to divorce and support from the former spouse in Spain. Journal Of Child & Family Studies, 24(2), 289-297.
Yerushalmi, H. (2008). The endurance of the unstable. Psychoanalytic Psychology, 25(2), 309-325. doi:10.1037/0736-9735.25.2.309.

 

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