Estrés de la temporada navideña

De: Silvia Abril Avila Wall
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En la cultura mexicana, las fiestas de la temporada navideña¹, si bien se celebran entre vecinos, amigos y compañeros de trabajo, son en general fiestas familiares; sobre todo la cena de nochebuena. Precisamente por ser fiestas familiares, pueden ser muy estresantes. Este artículo aborda las razones por las cuales es así y al finalizar, ofrece tres consejos básicos para lidiar con las fiestas, enfatizando que es legítimo que cada cual haga lo necesario para ponerse a salvo, incluso rompiendo tradiciones familiares.

Temporada de estrés

Idealmente, la temporada navideña sería un tiempo de celebración armónica, caracterizado por muestras de afecto. Sin embargo, para muchos es una temporada de estrés, especialmente difícil para las personas en duelo, para quienes se recuperan de adicciones, para quienes están lejos de sus seres queridos sin desearlo y para quienes tienen problemas familiares. Pero no es necesario pasar por circunstancias extraordinarias para que las celebraciones resulten más desgastantes que reconfortantes. Muchas personas viven las costumbres de la temporada como si estuvieran compitiendo o como si fueran a ser evaluados: la casa debe quedar tan bien o mejor decorada, tanto o más iluminada que la del vecino; los niños deben recibir tantos y tan buenos regalos como los que reciban sus primos, etc. Otros viven las costumbres como obligaciones enfadosas, lamentando los gastos que implican, tanto de dinero, como de tiempo y energía.

1 Fundamentalmente las “posadas”, del 16 al 24 de diciembre; pero normalmente un periodo que abarca desde el día de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre, hasta la Epifanía, el 6 de enero, y que incluye a la celebración de año nuevo.

 

Entre las obligaciones enfadosas sobre las que más se comenta sobresalen la de hacer regalos y la de asistir a reuniones familiares. Estas últimas son todo un suceso estresante porque incluyen lo anteriormente mencionado y más: por ejemplo, el compromiso de hacer regalos, la exposición al escrutinio de los parientes o el convivir con quien no se desea. Y es que a veces, no es que las personas vivan las costumbres como si fueran a ser evaluados, sino que en realidad lo serán: por la calidad de la comida que preparan, por el costo del obsequio que hicieron, por el comportamiento de sus hijos, etc.

Las fiestas familiares tradicionales son una maravillosa ocasión para que cada cual ocupe el lugar que se le ha asignado en la familia y estos lugares no son todos satisfactorios. A algunos les toca ser reprobados, discriminados, humillados o molestados. Hay personas sistemáticamente lastimadas por el papel que juegan en sus familias. Aunque hayan conseguido hacerse de una identidad y de roles sociales con los que están bien, la convivencia familiar les retrotrae a una posición infantil, a un estar en deuda o a la caracterización del personaje que el sistema familiar creó para ellos: el bufón, el peleonero, el fracasado, el malo, el loco, etc.

Además, si en la cotidianidad las personas se relacionan poco y superficialmente, las reuniones familiares pueden ser la oportunidad para que afloren los conflictos y los resentimientos. Los momentos incómodos y las peleas en las cenas familiares de nochebuena o nochevieja son lugar común de la cultura popular.

Las personas concluyen que de cualquier manera vale la pena estar presentes porque sienten cariño por sus parientes, porque ser parte del evento les provoca sentimientos de pertenencia, porque les recuerda la seguridad o la felicidad que sintieron en la niñez o bien, por complacer a los padres, a la pareja o a los hijos. Entonces soportan ambientes o interacciones que les desagradan y finalmente, los momentos incómodos e incluso las peleas se convierten en anécdotas. En algunos casos, sin embargo, la situación es más complicada.

Considérese el caso de X, un joven músico de 34 años, soltero, hijo de padres divorciaos, que cursa con diabetes. El año pasado, el estrés que le ocasionó la reunión familiar de navidad con la familia de su mamá, le provocó una subida de azúcar que le llevó a ser hospitalizado. Este año ha discutido con un tío, hermano de su mamá, justamente cuando hablaban del viaje al lugar de la reunión de navidad. La discusión le ha hecho decidir, en vista del antecedente del año anterior, que no irá esta vez. Hay toda una historia de desencuentros con el lado materno de su familia, pero hasta ahora puede decirse que literal y directamente, estar con ellos pone en peligro su salud.

¿Debe convivir con ellos porque son su familia? ¿Deberían ellos o él comportarse de otro modo? Los motivos de los desencuentros y las discusiones pierden importancia frente a la relevancia del hecho simple de que las cosas no son necesariamente lo que debieran. Hay un mito cultural de la “familia feliz”, una idea romántica de las relaciones familiares que dificulta asumir que hay convivencias familiares potencialmente dañinas, al menos en un momento determinado.

Hay familias en las cuales convivir es siempre ocasión para la agresión, que a veces termina en franca violencia. Dicen Amor, Echeburúa, de Corral, Zubizarreta y Sarasua (2002, p. 229), que: “La familia, después del ejército en tiempo de guerra, es el mayor agente de violencia”. Estos autores incluso comparan la vida familiar con una situación de cautiverio, propicia “para las agresiones repetidas y prolongadas”. No es raro que algunos no quieran celebrar con quien les ha maltratado o con quien maltrató o maltrata a un ser querido. Tampoco es raro que aún con buena disposición, las reuniones terminen mal donde las relaciones están basadas en el abuso y el miedo.

Las familias son estresantes

El estrés es una tensión interna sostenida por un conjunto de respuestas fisiológicas ante un estímulo, un conjunto de respuestas que pone al organismo en alerta, preparándole para luchar o huir (Sandín, 2003). Cualquier elemento ambiental que represente un cambio para la situación del organismo puede considerarse amenazante y, por tanto, estresor. Romper la homeostasis del cuerpo por hambre o por fío, genera estrés: Sin embargo, actualmente, la mayoría de los estresantes que son materia de estudio por las repercusiones que llegan a tener, son situaciones sociales 2 (Sandín, 2003).

Las personas viven estrés cuando enfrentan hechos que no son capaces de asumir. Estos pueden ser sucesos mayores que cambian sus condiciones de vida o frustraciones cotidianas (Sandín, 2003). En cualquier caso, no son los hechos objetivos los que generan estrés, sino la forma en que se experimentan, sea por el carácter de la persona, por el momento vital o por las capacidades que ha desarrollado para afrontar problemas (cf. Sandín, 2003). Lo que para unos es apenas incómodo para otros representa una crisis.

2 Estas repercusiones, en materia de salud, pueden incluir el desarrollo de hipertensión, úlcera péptica, jaquecas y depresión (Sandín, 2003).

 

Los estresores sociales pueden entenderse en asociación con los roles sociales, que son conjuntos de actividades y responsabilidades (cf. Sandín, 2003). Los roles sociales determinados en la familia son los más significativos.

La familia “es o, al menos, tradicionalmente ha sido un modelo jerárquico y vertical de convivencia, en el que la vida individual está marcada por la posición en dicha estructura” (Garzón, 1998, p. 123). Aun cuando no se trate de familias autoritarias, la vida familiar requiere un estilo de comportamiento acorde a la cultura familiar, así como el cumplimiento de obligaciones establecidas en función de las necesidades del grupo, no de sus miembros (Garzón, 1998). Así pues, los roles determinados en la familia y en general, la vida familiar, no necesariamente contribuyen a la satisfacción personal.

Considerando lo anteriormente expuesto, así como las contribuciones al tema hechas por Pearlin y por Wheaton, expuestas por Sandín (2003), puede entenderse por qué son estresantes las reuniones familiares de la temporada navideña:

En principio, las fiestas rompen con la rutina, desorganizando las actividades, lo cual genera inestabilidad. La mayor parte de las personas vive este rompimiento como algo emocionante en un sentido positivo; sin embargo, para personas con ansiedad o para quienes desempeñan roles altamente demandantes, cada nuevo elemento en el día es una demanda más y la sobredemanda es agobiante. Por eso, para una madre sola puede ser agotador desplazarse en transporte colectivo con su bebé a la casa de los abuelos; por eso poner un árbol de navidad puede ser demasiado trabajo para quien cuida a un miembro de la familia crónicamente enfermo.

Por otra parte, la mayor interacción entre los miembros de la familia incrementa los roces a veces evitados el resto del año. Viajar durante horas en el mismo automóvil o sentarse a la mesa en una comida formal obliga a presenciar los defectos de los otros, las actitudes de oposición de los adolescentes, las conductas disruptivas de los niños, etc. En general, “estar juntos” puede detonar conflictos, sobre todo cuando estos han sido evadidos. Algunos de estos conflictos se dan cuando las personas no pueden congeniar diferentes roles que asumen, por ejemplo, cuando el hombre es incapaz de proteger o privilegiar su relación de pareja, al ir a visitar a su mamá. Algo así ocurre también cuando el rol de trabajador o de trabajadora demanda la presencia de papá o de mamá, quienes al mismo tiempo habrían de estar presentes en la celebración familiar.

Finamente, cabe mencionar a los inconformes con su rol. Las reuniones familiares realzan la situación no deseada de solteros que quisieran tener pareja, de personas mayores que resienten perder protagonismo en la organización de los festejos y de padres que preferirían pasar las fiestas como lo hacían antes de tener hijos.

Para lidiar con las reuniones familiares

Los siguientes tres consejos pueden ayudar a lidiar con la aversión y el estrés que llegan a producir las reuniones familiares de la temporada de fiestas.

1. Admite la realidad.

Evalúa la situación con la mayor objetividad posible y admite la realidad. Confía en tu intuición. Si no quieres estar en un lugar o con unas personas, así ese lugar sea la casa en la que creciste y esas personas sean miembros de tu familia: es como es. No tienes que justificar tus sentimientos. Si bien no es prudente compartirlos con cualquier persona o en cualquier momento, eres libre de sentirlos tal como se manifiestan. Tampoco tienes que comprenderlos para respetarlos y ponerles atención. A menudo las personas son más comprensivas con los sentimientos ajenos que con los propios.
Puede ser útil hacer un recuento de las últimas reuniones familiares: ¿Qué ocurrió? ¿Cómo te sentiste? ¿Qué tan probable es que ocurra de nuevo? ¿Tienes algún control sobre la situación?

2. Ponte a salvo.

Siempre es legítimo ponerse uno mismo a salvo, así como proteger a la pareja y a los hijos, no solo de amenazas a la integridad física, sino también de amenazas a su bienestar. Si esto implica no ir a cenar a casa de los abuelos, conviene considerar esa posibilidad.
A menudo los padres persuaden a sus hijos para que se alejen de personas cuyas costumbres desaprueban o para que eviten ambientes peligrosos. Del mismo modo, el adulto debe cuidarse a sí mismo y tener suficiencia para no estar donde no quiere o donde quisiera estar pero sabe que le perjudica. No necesariamente debe dar explicaciones sobre su decisión. Si decide dar explicaciones, no está obligado a compartir todo lo que piensa.
En caso de decidir pasar las fiestas con la familia a pesar de las dificultades que pueden preverse, ponerse a salvo pasa por recordar y tener presente quién es uno mismo, a pesar de lo que los parientes piensen. También pasa por recordar y tener presente que las críticas no solicitadas y las groserías diversas reflejan la necesidad y la problemática de quien las emite. Es posible tratar de descubrir lo que refleja la expresión del rostro y el lenguaje corporal de estas personas, mientras están molestando; mirar al otro siempre tiende algún tipo de puente y suele hace nacer compasión y empatía.

3. Traza una estrategia.

Para muchas personas resulta imposible pasar las fiestas navideñas lejos de la familia de origen o de la familia extensa; a veces la problemática no amerita prescindir de la convivencia con familiares a los que se aprecia. En esos casos hay que planear cómo pasarla menos mal.

Si hay una persona con la que siempre surge el conflicto y no se le puede evitar, la solución puede ser preparar una serie de comentarios tópicos o de respuestas generales para mantener la interacción al mínimo y en un nivel superficial. Si el problema es que la fiesta degenera por el consumo de bebidas alcohólicas o porque surgen reclamos históricos, la solución puede ser retirarse temprano con cualquier excusa. La solución aparece cuando se ha revisado cuidadosamente la situación.
Encontrar un aliado puede ser un alivio. En las familias más o menos numerosas, habrá algún pariente menos incompatible que el resto; mantenerse cerca de esta persona puede evitar conflictos con otras.
En cualquier caso, la prioridad es recordar que es legítimo buscar ponerse uno mismo a salvo, aun cuando nadie más en el grupo note que hay una amenaza o agresión en curso.

Referencias
Amor, P. J., Echeburúa, E., de Corral, P., Zubizarreta, I. y Sarasua, B. (2002). Repercusiones psicopatológicas de la violencia doméstica en la mujer en función de las circunstancias del maltrato. Revista Internacional de Psicología Clínica y de la Salud, 2, 2, 227-246.
Garzón, A. (1998). Familismo y creencias políticas. Psicología política, 17, 101-128.
Sandín, B. (2003). El estrés: un análisis basado en el papel de los factores sociales.
International. Journal of Clinical and Health Psychology, 3, 1, 141-157.

 

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