No terminar de Amar

De: Psicogrupo
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Por: Silvia Abril Avila Wall

Romper con la pareja se puede sentir como morir porque hay mucho que muere cuando se desvinculan dos que formaron unidad; pero terminar la relación no obliga a matar el amor.

La resistencia a terminar una relación amorosa de tipo marital puede explicarse por lo que este final tiene de muerte en varios niveles psicodinámicos. Es una de las razones por las cuales, las personas no “terminan de terminar” sus relaciones. El amor ágape ofrece una alternativa para resignificar la pérdida de la relación, conservando un vínculo amoroso.

Hay una creencia popular de que actualmente, las personas conciben sus relaciones de pareja como algo de poco valor, de lo que se puede prescindir sin inconveniente. Esta creencia puede estar asociada con el análisis moralmente conservador del incremento en la cantidad de divorcios[1]. Por ejemplo, según el sacerdote Juan Antonio Renovato, rector de una catedral en México: “Ahora pensamos que el matrimonio es desechable al igual que muchas cosas que compramos” (Zócalo, 2010). “El incremento de divorcios no es más que la consecuencia de la falta de formación en valores […] A las primeras de cambio, surge un problema, y se dejan” (Renovato, citado por Rodríguez, 2016).

Es un hecho que ha aumentado la cantidad de “disoluciones conyugales”, tanto de parejas que estaban casadas, como de parejas que vivían en unión libre (Ojeda y González, 2008). Desde la óptica de la religión católica, se atribuye a la sociedad una “mentalidad divorcista”, cuando en ésta se entiende la indisolubilidad del matrimonio de modo condicional; esto es, que “las personas se casan para toda la vida, siempre y cuando la convivencia matrimonial –por las razones que sea– no se les vuelva irreparablemente imposible” (Villegas, citado por Roa, 1994). Efectivamente, hay sociedades que se ocupan de mejorar las condiciones en que las personas terminan sus relaciones de pareja. La figura del “divorcio incausado[2]”, por ejemplo, simplifica y agiliza la disolución matrimonial.

López de Fez (s. f.), en una publicación que responde a la pregunta “¿Por qué las parejas de hoy en día no duran?”, sostiene:

En mi experiencia de trabajo terapéutico con parejas en Valencia, prácticamente no he conocido ningún caso en el que los afectados hayan roto realmente su relación de manera irreflexiva. Por lo general, sufren mucho a causa de la separación, se atormentan durante largo tiempo antes de dar ese paso y, una vez dado, aún siguen atormentándose hasta que consiguen digerirlo.

Terminar una relación puede ser extremadamente doloroso y complicado. La ruptura del vínculo de pareja entre quienes hacían vida en común, suele provocar culpa y frustración, además de trastocar el marco referencial de los implicados, incluyendo el de los hijos, cuando los hay (Pérez, Davins, Valls y Aramburo, 2009). Este trastocamiento se caracteriza por una sensación de inadecuación y desasosiego, y está permeado por sentimientos confusos y ambivalentes (cf. Bolaños, 1998).

Tan difícil es “terminar”, que muchas veces, las personas no “terminan de terminar”. Una gran cantidad de personas sigue vinculada con “su ex”, aun después de la separación física y del divorcio legal. La relación concluye oficialmente, discursivamente; pero se siguen sosteniendo vínculos emocionales y modos de interactuar equivalentes a los de una pareja, así difieran de los que existían antes del “final”. Salzberg (2014) afirma que muchos legalmente divorciados no se divorcian emocionalmente porque no han elaborado el duelo por la pérdida del matrimonio[3]. Esto puede extrapolarse a separados que vivían en unión libre, a quienes además, tal vez les falte un acto simbólico de “conclusión”, equivalente a la firma del divorcio. Así que las personas, en general, no se separan sin inconveniente.

En parejas casadas por lo civil, la postergación del inicio del trámite de divorcio o de la firma final del mismo, puede ser una expresión del “no terminar de terminar”. Cabe señalar que en México, el modo predominante de finalizar una relación de pareja es la separación de hecho y no el divorcio legal (Ojeda y González, 2008). Tómese como ilustración el caso de J, quien se separó varias veces de quien fuera su marido, antes de que él dejara de vivir, definitivamente, en el domicilio familiar. Cuando llevaba dos años separada, un abogado amigo que se convertiría en su siguiente pareja, le preguntó por sus razones para seguir casada; entonces inició los trámites de divorcio.

Otra forma de “no terminar” es permanecer al pendiente de las vicisitudes en la vida del otro, a veces presente en su cotidianidad, eventualmente demostrando poder de forma simbólica, por ejemplo, a través de consejos, favores o regalos (cf. Caruso, 1997). Considérese el caso de X y Y, quienes fueron esposos alrededor de veinte años y tienen más de una década divorciados. Desde el noviazgo, su relación fue conflictiva; su matrimonio estuvo teñido de violencia. Ahora conviven rutinariamente; él llega a almorzar a casa de ella, se acompañan durante la mañana y frecuentemente comen juntos. Cuando se produce tensión, ella lo corre; al día siguiente vuelven a verse y a convivir.

Independientemente de los usos prácticos, de los intereses económicos, de la atracción física y demás cuestiones que pueden acercar a los que fueron pareja, hay otros motivos que preservan el vínculo, aun cuando no haya sentimientos de amor, aun cuando la relación ofrezca mayoritariamente decepciones o en la interacción predominen los desencuentros; el motivo por antonomasia es la oposición de la psique a la muerte: una defensa a la vida, al menos a la vida como se le conoce. Caruso (1997, pp. 12-13), desde el psicoanálisis, expone:

La separación es la irrupción de la muerte en la conciencia humana –no en forma “figurada”, sino de manera concreta y literal […] es peor que la muerte porque es, en vida, una capitulación ante la muerte. Ambos saben, cuando la represión no es muy profunda, que su sufrimiento será horrible, pero que también este sufrimiento, en su atrocidad, será breve; saben, pues, que cada uno de ellos olvidará al otro. Ésta es la presencia de la muerte en la conciencia y la muerte de la conciencia […]

La sentencia también fue pronunciada sobre mí, también yo muero en la conciencia del otro (esto lo vive más intensamente el hombre posesivo: “¡No me olvides, por favor!”) y mientras yo aún vivo en mi cuerpo, soy ya un cadáver en el otro, en el ser que me amó y que yo amé. Los dos seres no se volverán amnésicos, pero el “recuerdo” que aún vive es una pequeña momia. El olvido es, pues, la primera, la gran defensa contra la propia muerte; sin embargo, es homicidio en nombre de la vida y suicidio de la conciencia.

Resistirse al fin de la relación es oponerse a la muerte de la pareja como entidad, a la muerte de la identidad propia, del sentido de la vida con el que se ha contado y, siguiendo a Caruso (1997), de la conciencia. Eso es parte de lo que explica que las personas permanezcan en relaciones que a la vista de los demás, no tienen razón para continuar; por eso permanecen psicológicamente en relaciones que ya han terminado, a veces aceptando que no se puede hablar de la pareja en presente, pero evitando el pretérito perfecto simple. Quien habla de lo que “era” y no de lo que “fue”[4], mantiene vivo lo que ha sido, aunque sea en el pensamiento.

Lo anterior tiene un alto costo energético y deviene en sufrimiento. Considérese que pueden pasar décadas entre la primera impresión de que la relación ya no es viable, y el momento en que ambos implicados son plenamente libres del vínculo que sostenían (cf. López et al.). Uno o ambos miembros de la pareja pueden quedar atrapados en algún punto del proceso de disolución. Dice Comte-Sponville (p. 29): “Aunque el espíritu fuera una enfermedad y la humanidad una desgracia, esta enfermedad, esta desgracia, son nuestras; puesto que ellas somos nosotros, puesto que sólo somos gracias a ellas”. Sustituyendo “espíritu” por “amor” y “humanidad” por “pareja”, se entiende lo amenazante que es para la identidad, desprenderse del vínculo por el que se ha constituido comunidad y comunión con otro.

Montaigne (citado por Comte-Sponville, p. 31) afirma: “El fundamento de mi ser y de mi identidad […] se encuentra en la lealtad que me he jurado a mí mismo […] porque asumo como mío un cierto pasado y porque en el futuro espero seguir reconociendo mi compromiso presente como mío”. De ahí que algunos separados o divorciados intenten fervientemente ser fieles a lo que ya no existe, haciendo esfuerzos por conservar vivo, de algún modo, lo que fue. Siguiendo las ideas de Comte-Sponville (1997), esta fidelidad a toda costa, que no admite reflexión ni pruebas de realidad en su contra, es una infidelidad al pensamiento mismo y con ello, a uno mismo,  a una misma. Es una forma de amor que prefiere otra vida: una vida imposible porque está en otra parte: en otro tiempo. “¡Qué miedo hay que tener a la vida para preferir la pasión! ¡Qué miedo hay que tener a la verdad para preferir la ilusión!” (Comte-Sponville, 1997, p. 269)

Se hace indispensable una alternativa. Está la opción lógica de “terminar de terminar”, trabajando en una desvinculación radical. Pero existe también la opción de abandonar el intento de desvincularse, trascender el amor erótico y el amor de amistad, y practicar un amor desinteresado que honre la historia compartida. Un amor en el que no hay intención de satisfacer los deseos a través del otro y se renuncia a cualquier supuesto derecho sobre el otro. Un amor que no requiere reciprocidad, ni depende de la persona por la que se profesa o de la relación que se tenga con ella; así no importará si la ex pareja aparece cada vez más como desconocida e incluso, eventualmente, como enemiga. Se le ha llamado “ágape”. (Comte-Sponville, 1997).

Como alternativa de continuidad frente a la ruptura matrimonial, el amor ágape puede nacer poniendo en práctica la buena voluntad de amar al amor que hubo y dejar que ese amor al amor dirija y permee la relación con la ex pareja. No se trata de algo inalcanzable o accesible solo para maestros espirituales. Cuenta Comte-Sponville (1997, p. 38) de una amiga suya, casada en segundas nupcias, que: “de alguna manera continuaba siendo fiel a su primer marido. ‘Me refiero –me explicaba ella- a lo que hemos vivido juntos, a nuestra historia, a nuestro amor… No quiero renegar de todo eso’”. Para ello se requiere reconocer y apartar el egocentrismo, de modo, por ejemplo, que se atempere el resentimiento hasta hacerlo desaparecer; “lo que los místicos llaman la muerte de uno mismo” (Comte-Sponville, 1997, p. 291). Así que el contacto con algún tipo de muerte psíquica es inevitable. Pero no tiene que morir todo amor, ni muere la capacidad de amar.

El amor ágape permite apreciar en paz los sentimientos que se tuvieron hacia la ex pareja, hacia la relación misma, etc. Siendo un sostén para el doliente, le salvan de que el odio o el menosprecio nieguen el dolor o sean instrumentos para huir de él, como sucede usualmente en perjuicio de la elaboración del duelo. (Cf. Pérez, et al., 2009). Además, protege la relación parental, en caso de haberla. Gracias a este tipo de amor, papá, mamá e hijos pueden seguir siendo una familia, a pesar de que papá y mamá hayan dejado de ser pareja. Una vez más: no hay porqué destruir lo que en realidad no ha muerto junto con la relación de pareja. La disolución conyugal puede ser verdaderamente una oportunidad para vivir una relación paradójicamente más amorosa.

[1] En México, según el INEGI (s. f.): “En 1980 por cada 100 matrimonios había 4 divorcios; en 1990 y 2000 esta cifra se elevó a poco más de 7 divorcios, para 2010 el número de divorcios por cada 100 matrimonios fue de 15 y al 2013 se registraron casi 19 divorcios por cada 100 matrimonios”.

[2] Modalidad en la que un cónyuge puede solicitar el divorcio aunque el otro no esté de acuerdo, con la sola causa de no querer seguir estando casado (Acción jurídica, 2014).

[3] “El duelo es el […] proceso psicológico puesto en marcha ante la pérdida de un ‘objeto’ amado, y transcurre en cuatro fases: negación, protesta, desesperación y desvinculación” (Bowlby, expuesto por Bolaños, 1998).

[4] “Solemos usar el pretérito imperfecto para expresar hechos o acciones inacabadas puesto que no señala ni el principio ni el fin de la acción; en cambio, con el pretérito perfecto simple marcamos los hechos acaecidos en una unidad de tiempo que ya ha pasado para el hablante” (Castellano actual, 2014).

Referencias 
Acción jurídica. (2016). El afamado divorcio express: ¿Qué es? ¿Qué ventajas tiene? Recuperado el 30 de mayo del 2017, de: http://www.accionjuridica.com.mx/blog/
Bolaños, I. (1998). Conflicto familiar y ruptura matrimonial. Aspectos psicolegales. Recuperado el 31 de mayo del 2017, de: https://www.ucm.es/data/cont/media/www/pag-41342/rupturas.pdf.
Castellano actual. (2014). Duda resuelta: era, fue y otros verbos. Recuperado el 31 de mayo del 2017, de: http://udep.edu.pe/castellanoactual/duda-resuelta-era-fue-y-otros-verbos/
Comte-Sponville, A. (2008). Pequeño tratado de las grandes virtudes. Buenos Aires: Paidós.
Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI]. (S. f.). Matrimonios y divorcios. Recuperado el 30 de mayo del 2017, de: http://cuentame.inegi.org.mx/poblacion/myd.aspx?tema=P
López de Fez, A. (S. f.). ¿Por qué las parejas de hoy en día no duran? Recuperado el 30 de mayo del 2017, de: http://www.centropsicologialopezdefez.es/blog/por-que-las-parejas-hoy-dia-no-duran/
Ojeda, N. y González, E. (2008). Divorcio y separación en México en los albores del siglo XXI. Revista mexicana de sociología, 1. Recuperado el 30 de mayo del 2017, de: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S0188-25032008000100004&script=sci_arttext&tlng=pt
Pérez, C., Davins, M., Valls, C. y Aramburo, I. (2009). El divorcio: una aproximación psicológica. La revue du REDIF, 2, 39-46. Recuperado el 30 de mayo del 2017, de: https://www.researchgate.net/profile/Carles_Testor/publication/242775375_El_divorcio_una_aproximacion_psicologica/links/54e43ae50cf282dbed6ea7ba.pdf
Roa, N. (1994). Un desafío para los católicos. (Visión católica a favor de una ley de divorcio). Recuperado el 31 de mayo del 2017, de: http://www.socialismo-chileno.org/avance/un-desaf-o-para-los-cat-licos-visi-n-cat-lica-a-favor-de-una-ley-de-divorcio.html
Rodríguez, J. (2016). Incremento de divorcios es por falta de valores: Diócesis de Piedras Negras. Vanguardia MX. Recuperado el 30 de mayo del 2017, de:  http://www.vanguardia.com.mx/articulo/incremento-de-divorcios-es-por-falta-de-valores-diocesis-de-piedras-negras
Salzberg, B. (2014). Los niños no se divorcian. Recuperado el 31 de mayo del 2017, de: http://www.escuelapsicoanalitica.com/wp-content/uploads/2014/06/AECPNA_02_losninosnosedivorcian.pdf
Zócalo. (2010). Matrimonio no es desechable: padre Juan Armando Renovato. Zócalo. Recuperado el 30 de mayo del 2017, de: http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/matrimonio-no-es-desechable-padre-juan-armando-renovato

 

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