Miedo al Compromiso

De: Psicogrupo
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La soledad adquirida por temor a comprometerse conduce a reflexionar acerca de esta clase de miedo y cómo el problema ha afectado la vida. Alguien que actúa así debe preguntarse cuántas relaciones se ha perdido por el miedo al compromiso.

Se teme qué resultará si la relación se prolonga, a la manera en que no podría controlarse la pérdida de la persona amada. Es el miedo profundo a la pérdida, una especie de claustrofobia. ¿Qué clase de afecto duradero puede hacer que quien teme comprometerse lo haga? Quizá un amor intenso, acompañado por el reconocimiento de esta clase de miedo. Su admisión ante otros y uno mismo podría generar este cambio. Reconocer ese sentimiento de asfixia en una relación como producto del temor  es el disparador de todas las maquinaciones que hacen al otro, sintiéndose confundido, rechazarte. La sensación de falta aproxima al compromiso de manera paradójica, temor a la refusión simbiótica contra el miedo a la soledad de la individuación.

¿Cómo se forma una pareja cuando no se ubica el mejor lugar para la relación? Donde uno no se siente alejado, con un grado suficiente de compromiso pero no tanto como para hacer sentir la falta, una distancia óptima que evite la separación y, por ende, el duelo. Esto tendría la implicación de un insight de pareja, reconocimiento del self, de ese lugar común a ambos y que ya existe en el inconsciente pero no en lo consciente, donde se presentan las reacciones de uno o los dos contra el compromiso de formar pareja.

Aliviar la angustia que produce el comprometerse, aun al precio de la culpa por romper la relación y la angustia persistente de la falta (Carter y Sokol: 76).

Dar al traste una relación es, obviamente, un acto autodestructivo, pero cabe la cuestión, desde lo psicosocial, de si ante las nuevas configuraciones vinculares lo mejor sería aceptar a un hombre o una mujer solitarios que ya no quisieran un compromiso de pareja y no por eso se les estigmatice. Hay que explorar esa posibilidad.

En primer lugar, se debe visualizar qué clase de apego se tiene con otros objetos significativos. En segundo cabe observar quién tiene más miedo a la fusión –compromiso– y cuál de los dos mayor temor a la separación. También valdría la pena reconocer la incapacidad, aceptar la impotencia, para proyectar la existencia hacia otros ámbitos.

Hay que disfrutar la vida cuando se tiene momentos de felicidad. Al dolor más profundo de la falta, la depresión en la cima, el afecto más doloroso, se le teme con razón y se cree entonces que si se está viviendo algo bueno –por malas experiencias del pasado– va a terminar en algún momento y es preferible hacerlo sin tanto dolor. Es como si viniera un huracán y fuera mejor huir antes de que golpee, pero tal vez las relaciones no resulten así y sea mejor enfrentar el temor al futuro.

Por el deseo  de una base firme, un apego contra la depresión psicótica, al hablar de una pintura suya, Vincent van Gogh expresa:

Me extraña con cuánto vigor los troncos están arraigados en el suelo. Empecé a trabajar con pincel y no me salió lo característico del suelo, que ya estaba pintado con pinturas espesas; las pinceladas se perdían totalmente en ellas. Entonces exprimí del tubo las raíces y los troncos, los modelé un poco con el pincel y ahora sí, lo troncos están firmes en el suelo; brotan de él y han echado raíces fuertes (Westheim, 1973).

Si mi madre hubiera sido más fuerte, pareciera decir proyectivamente Vincent, una hipótesis acerca del origen de su depresión. Ése es el reclamo del deprimido, no haber tenido un objeto primario de deseo –madre– con la debida fortaleza…

 

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