Reflexionar y meditar para luego amar

De: Andrés Tovilla Sáenz
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¿Existe la pareja ideal? Pues todos sabemos que no, pero mucha gente la sigue buscando. La pareja se concibe desde una locura inicial, en la que las estructuras psíquicas se funden.

Los hombres y las mujeres de hoy viven la ambivalencia de querer estar en pareja, y al mismo tiempo inclinarse por estar solos. Estar solo y sentirse bien, listo para relacionarse. Esta debiera ser la mejor meta de realización personal en esta época. El contexto interpersonal evoca y da forma a la expresión emocional (Kirshner, 2017). Se cree, por la influencia de la cultura que los sentimientos amorosos, pasionales y eróticos están alrededor de lo que significa estar o no estar en pareja. 

Es interesante observar la subjetividad de quien se concibe solitario como una materia del pensamiento complejo. Es decir, hay que abstraer a la soledad desde distintos ámbitos y un buen punto de partida lo es el psicoanálisis relacional (Coderch y Plaza, 2016). La idea es que el psicoanálisis sea acompañado de ciencias humanas para concebir a la persona que está sola y tendiendo a vincularse para su mejor comprensión. 

Acerca de la soledad. El psicoanálisis propone cuatro dimensiones (Galanaki, 2014): 

  • Miedo a la soledad y ansiedad por separación.
  • El yo solitario. 
  • La capacidad de estar solo y necesidad de estar solo.
  • La naturaleza acompañante de la soledad.

Desde el punto de vista freudiano, el miedo a la soledad es una de las principales causas de angustia. En muchas ocasiones un gran monto de energía libidinal se encuentra dedicado a la reducción de la angustia derivada de la sensación de soledad. Pero ante un mundo hostil, con un predominio caótico de la pulsión de muerte, el sujeto puede abatir la angustia de muerte siendo proclive al aislamiento. Para Freud (1931: 68) ante el malestar que produce la cultura, puede nacer “la tendencia a segregar del yo todo lo que pueda devenir fuente de un tal displacer, a arrojarlo hacia afuera, a formar un puro yo-placer, al que se contrapone un ahí-afuera ajeno, amenazador”. Winnicott (1965), hace notar la paradoja de quien gusta de estar solo, pero se aterroriza de no ser encontrado. El estado de soledad permite un cierto fantaseo con el encuentro de nuevos objetos para vincularse, en cualquier etapa de la vida, siempre en analogía con lo que representa aquel objeto transicional infantil. Siempre está en el deseo de conocer a ese “alguien” y el simple hecho de evocarlo, puede producir cierto placer. 

Aunque las personas sanas se comunican y disfrutan haciéndolo, también es cierto que cada individuo es un individuo aislado, permanentemente no comunicante y desconocido a los ojos de los demás, con ciertas cualidades no evidentes, ni rastreables. Este modo de comunicación no es no verbal, sino que es para siempre silencioso, personal, un indicio de vitalidad. Este punto de vista parece reflejar la soledad existencial.

Puede creerse que las nuevas tecnologías de la información nos están haciendo ganar o perder “algo” (Miller, et. al. 2016); sin embargo, le producen una nueva forma de acompañamiento a quien se siente solo. Pueden surgir problemas, si esto se convierte en una especie de compulsión, como es desvelarse con el estímulo de las aplicaciones del celular, resultando que en ello no se encontrará sosiego para esa sensación subjetiva de vacío.  La oferta de acceso, comunicación y “matching” que hacen las aplicaciones de internet para las personas que se sienten solas, pueden en un momento dado producir una falsa mejoría en la expectativa de “ya no estar sólo”. 

Pero se requiere algo más. La reflexión, la meditación, sentir gratitud por la vida, re – conocerse, procurarse un despertar espiritual, aprender cosas nuevas, perdonar, amar y tener esperanza, producen una persona diferente para encontrar a alguien diferente.

La reflexión implica mirarse, en pasado y presente. Es conocer la historia y la presencia de uno mismo. Permite ordenar los pensamientos y alejarlos de convertirse en obsesión. Al meditar se refuerza el alejamiento de esa autoobsesión constituida por el resentimiento, el odio y el miedo a la soledad. Para confrontar esto sirven el perdón, el amor y la esperanza. La gratitud por las cosas buenas de la vida ayuda a que, si la ponemos en un sentido práctica todos los días, estaremos en condiciones emocionales más firmes para enfrentar el diario vivir. 

El estado de soledad permite encontrar una ruta espiritual, una forma de encontrarse con el Poder Superior que cada uno de nosotros concibe. Se puede ampliar la mirada y ver que hay más allá, es cosa de establecer una buena comunicación con lo que creemos que “está allí”. Incluso se pueden retomar prácticas religiosas que algún día funcionaron o acercarse a una nueva. Salir de la autoobsesión de esforzada y cotidianamente, da lugar para la salud del espíritu y la serenidad. Con ello, podemos estar mejor preparados para construir un vínculo que no esté basado en intereses egoístas. 

En la soledad, se conoce lo que se ha perdido y se reconoce lo que el objeto ha dejado en el Yo. Yukio Mishima (1949: 86) concibe una de manera autobiográfica una inclinación inconsciente hacia la soledad: 

Y, sin embargo, un instinto oculto me exigía la búsqueda de la soledad, me exigía vivir aparte, como un ser diferente. Esta ineludible tendencia se manifestaba bajo la forma de un misterioso y extraño malestar. 

Esto bien puede ser una forma especial de angustia que lleva al sujeto a buscar un lugar propio, sin necesidad de vincularse más que con ello que hay dentro de sí mismo. En la soledad, el retorno hacia el self verdadero, ya se hace acompañado de la introyección que quedó del otro y esto permite una reflexión diferente, concebir un cambio psíquico que se dio durante la relación que se ha dejado. Es una vuelta al narcisismo, a la catectización del sí mismo, acompañado ahora del objeto. 

Un resultado positivo de la reflexión en soledad puede ser que ya no se tenga la necesidad patológica de reconocimiento o de elementos supletorios que le den cuerpo para no sentirse vulnerable. En cada duelo siempre habrá esta forma de procesamiento psíquico, en la que se va atrapando lo que el otro deja y se integra a la personalidad. Lo deseable es que solamente se integre lo bueno y lo “malo” se deseche; que lo que se agregue proporcione fortaleza y estructura, amor propio. 

Esta forma de conocerse ha de participarse con otros, incluso con las nuevas experiencias intersubjetivas y esta forma de compartir el conocimiento de si mismo, nos puede llevar a mejorar. Aquí, pues por supuesto que cabe observar que las personas que tienden a tener más relaciones de pareja y reflexionen sobre ellas, acompañadas de los atributos que deja en el self la anterior experiencia, puede ser que conozcan más acerca de los ciclos de formación de intersubjetividades. Si bien la fenomenología que se reporte y se comparta como conocimiento común puede evitar el sufrimiento de los rompimientos continuos. 

Lograr estados de introspección que sean provechosos para construir nuevos vínculos que sean útiles es una tarea que tiene que realizarse necesariamente al inicio de nuevas etapas de la vida. Es importante estar solo para darse cuenta de que se trasciende, de que se es un ser en proceso de evolución. La recopilación de poemas de amor de Rumi realizada por Chopra y Kia (1993: 19), se pone en uno de ellos el relieve de lo que deja el amor pasado de otro y su significado espiritual: 

La angustia de los amantes arde en el fuego de la pasión.

Los amantes nos dejan la huella de su experiencia.

El lamento de los corazones rotos es la puerta abierta hacia Dios.

Solamente se puede estar consciente del producto espiritual de ese lamento si se está en la introspección idónea, en la que hay un procesamiento psíquico trascendente. 

Un estado solitario puede abrir espacio a la empatía. El conocimiento profundo de uno mismo hace que conozcamos así al otro. Siempre habrá ese encuentro cuando se tiene la certeza de que en cada uno de nosotros puede habitar la misma clase de emociones. 

La soledad reflexiva, se reconocen las emociones sentidas, es decir, se identifican y nombran los sentimientos que se produjeron en los vínculos pasados. Si de ello se llega a tener conciencia constante, es posible entonces empatizar con las personas que hoy son nuestros vínculos significativos; se adquiere mayor empatía y se mejora nuestra participación en las relaciones.

Por ejemplo, se puede analizar el patrón de relación que se ha tenido. Cuando se reflexiona en soledad y se encuentra la naturaleza exacta de lo que ha llevado a los problemas conyugales, se puede encontrar que hay situaciones relativas a la personalidad, en especial provenientes del carácter. En la conexión con lo que hay en la relación interna persona – cosmos, el sujeto encuentra nuevas formas de vincularse, ya no solamente las que están registradas en el ideal del yo, impulsadas por la cultura. Es decir, si se va más allá de lo que representan las conjeturas acerca del propio desarrollo psíquico y se concibe a la cultura y a la transmisión transgeneracional de sus paradigmas como mandatos que hay que transformar, se puede entonces resignificar al sujeto en relación con los demás. 

Las uniones de pareja, cualquiera que sea su modalidad, no son estáticas, sino dinámicas. Constituyen todo un proceso y el individuo debe conocer el proceso por el cual ha pasado mientras estuvo en esa confición intersubjetiva; si, por ejemplo, no se atrevió a insertarse en dicho proceso de desarrollo debido al miedo a perder la felicidad anterior, como lo ha planteado Willi (1975).

En el estado de soledad, como lo plantea Caruso (1968: 53) puede surgir “una conciencia afectada en la que se le exige al yo la desvalorización del objeto de amor, la agresividad contra ese objeto, su asesinato en la memoria y, como recompensa por ello, la adaptación a la realidad, de tal manera que la muerte del objeto amoroso en la conciencia hace que la rebelión narcisista se convierta en un triste sueño y a menudo en arrepentimiento”. Así que en el duelo se plantea un proceso de individuación que invita al autoconocimiento. 

Vale la pena encontrarse consigo mismo para luego reencontrarse con el otro, ahora pudiendo ver, después de un arduo trabajo de autoconocimiento que hay mejores calidades en los vínculos. De este re – conocerse, surge un sentimiento de gratitud y orgullo por haber cambiado, por mejorar la calidad de los nuevos vínculos, la capacidad de ayudar a la transformación del otro y nuevas habilidades para resolver conflictos. Se aprende de sí mismo para tener empatía con los demás. Con esto se ha de llegar a la felicidad que produce el sentimiento de saberse capaz de amar a otra persona. 

La soledad es una característica central de la condición humana, que es inseparable de lo vincular. ambos son estados que se superponen y son dinámicamente interactivos (Knafo, 2012). Así se  llega al reencuentro con los demás a través del reconocimiento de sí mismo. Volverse a encontrar, pero con un nuevo significado para la vida. 

Para un buen psicoterapeuta, el paciente no es metáfora, ni biografía, ni novela, sino una persona que goza y sufre y con quien es esencial relacionarse. Pero también es alguien que tiene una historia vincular sobre la que hay que poner mucha atención.

Referencias
Caruso, I. (1968). La Separación de los Amantes. México, Siglo XXI, 1988. 
Chopra, D. y Kia, F. (1993). Rumi. Poemas de Amor. Barcelona, RBA Libros. 
Coderch, J. y Plaza, A. (2016). Emoción y Relaciones Humanas. El Psicoanálisis Relacional como Terapéutica Social. Madrid, Ágora Relacional.
Freud, S. (1931). El Malestar en la Cultura. En Obras Completas. Buenos Aires, Amorrortu, 1989. 
Galanaki, E. (2014). En: Coplan, R. and Bowker, J. (2014). The Handbook of Solitude: Psychological Perspectives on Social Isolation, Social Withdrawal, and Being Alone, First Edition. 
Kirshner, L. (2017). Intersubjetivity in Psychoanalysis. A Model for Theory and Practice. Abingdon UK, Routledge. 
Knafo, D. (2012). Alone Together: Solitude and the Creative Encounter in Art and Psychoanalysis. Psychoanalytic Dialogues, 22(1), 54–71. https://doi.org/10.1080/10481885.2012.646605
Miller, D., Costa, E., Haynes, N., McDonald, T., Nicolescu, R., Sinanan, J., . . . Wang, X. (2016). Online and offline relationships. In How the World Changed Social Media (pp. 100-113). London: UCL Press. doi:10.2307/j.ctt1g69z35.14
Mishima (1949). Confesiones de una Máscara. Madrid, Espasa Calpe, 2007. 
Willi, J. (1975). La Pareja Humana. Relación y conflicto. Madrid, Morata, 1993.
Winnicott, D. W. (1965). The maturational processes and the facilitating environment. New York: International Universities Press

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