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5 heridas psicológicas ¿Es pertinente “trabajarlas”?

De: Andrés Tovilla
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Andrés Tovilla Sáenz

Actualmente, entre las psicoterapias que yo denomino superficiales, es decir, aquellas que no promueven cambios profundos de la personalidad por medio de hacer consciente lo inconsciente, está muy en boga hablar de heridas psicológicas.

Es cierto, están referidas al pasado, pero no se analiza seriamente lo que está alojado en el inconsciente. Solamente se habla, más no se profundiza en ello. Esto hace que se observe una fuerte tendencia a no resignificar el pasado al reconocer las verdaderas emociones que en el momento de tales heridas existieron. En una psicoterapia es necesario resignificar dichas cicatrices.

Sin embargo, es pertinente conceptualizar estos significantes y exponer su significado, a fin de que nos sirva de guía para un mejor conocimiento de sí mismo y se aclare para los esfuerzos de la psicoterapia cómo puede llegarse a un mejor entendimiento de estas situaciones traumáticas por parte de los pacientes.

¿Cuáles son las heridas de infancia? En realidad, estamos hablando de las diversas manifestaciones traumáticas; es decir las situaciones que a lo largo de la historia psíquica han tendido a afectar al desarrollo de la persona. Son el rechazo, el abandono, la humillación, la traición y la injusticia. A continuación, se analiza cada una de ellas desde la perspectiva de la profundización necesaria para que puedan ser resignificadas emocionalmente y de esa forma se logre un efecto mutativo en la personalidad, sobre todo en los casos de depresión.

  1. Rechazo.

El apego anhelado y buscado por el niño, no es satisfecho en sus fantasías originarias. En muchas ocasiones el paciente da relevancia a situaciones de supuesta aprobación y agrado que otras personas le ofrecen, pero resulta que no es real. Mentir sobre la aprobación es un rasgo narcisista que no fácilmente se abandona, incluso se vuelve delirante, pudiéndose manifestar en la búsqueda constante de aprobación, lo cual es a final de cuentas una manifestación narcisista patológica.

Sentirse rechazado produce rabia y odio. En su momento, hubo un rechazo original de los cuidadores del niño. Si ese rechazo es persistente o traumático, tendrá efecto en la constitución de un trastorno de personalidad. Una persona con dicha perturbación puede realizar un acto impulsivo, incluso de manera compulsiva que se inicia de manera secuenciada como si fuera un ritual preestablecido que el sujeto normaliza y realiza o mantiene en curso mientras este sentimiento persista. Pero esta reacción es limitada por el sentimiento de culpa inconsciente que surge por pretender ofender a la persona (objeto) rechazante. “Te odio y quiero destruirte, pero sé que eso traerá mi propia destrucción”. Cuando surge la ambivalencia entre el odio y la percepción de que se ha lastimado al objeto rechazante, surge la culpa con la necesidad de reparar, tal y como lo hace notar Melanie Klein (1937) en Amor, Culpa y Reparación, lo que hace que se fortalezca la intención narcisista de agradar excesivamente a los demás. Pareciera que ese es el mensaje que el ego recibe cuando se produce la emoción que no se alcanza a procesar.

“Autorreproches y autodenigraciones”, son signos característicos que propone Freud (1917) para el melancólico. El autorreproche es un pensamiento obsesivo en el que el individuo trata de convencerse constantemente de su poca valía; el rechazo de la pareja lo alimenta. La autodenigración es llevar la necesidad de sufrir al acto. Hay actos autolesivos de todo tipo, desde las lesiones autoinfligidas hasta el sometimiento a una relación destructiva, llegando hasta el suicidio o las conductas que ponen en total riesgo la integridad y la vida. En muchas ocasiones no hay premeditación, sino que se obedece a mandatos inconscientes.

  • Abandono.

Ha habido de diversas maneras y en lapsos de diferente duración, abandono de las personas que cuidan al infante. La reedición de estas escenas bajo distintas maneras disruptivas de separación, puede llegar a producir una terrible angustia. En mucho, puede atribuirse al sobrediagnóstico del cuadro depresión – angustia que se d a en la actualidad a este fenómeno vivencial. Puede llegar hasta los llamados ataques de pánico, uno de cuyos disparadores puede ser esta nueva puesta en acto de los abandonos tempranos. La persona que tiene este sentimiento puede percibir un peligro de muerte, algo aterrorizante que pone en marcha una somatización característica.

Ante la reedición de situaciones que son percibidas como nuevos abandonos, surgen las fantasías relacionadas con el poder destructivo de esta sensación, incluyendo la fantasía no ser apartado de la nutrición del objeto amado y entonces sustituirlo con objetos externos diversos como son las drogas, la comida y otras adicciones sustitutivas. Además, la aparente pérdida de objetos está paradójicamente entrelazada con un impulso maníaco en el que hay una aplicación constante de libido para no enfrentar la carencia que se percibe en dicha sensación subjetiva de vacío.

Galit Atlas (2011) hace clara la forma en que el apego inseguro puede repetirse traumáticamente entre el terapeuta y el paciente cuando si se fracasa en la alianza terapéutica en reconocer la experiencia subjetiva del paciente, junto con su elección de ocultar partes de sí mismo mientras revela otras, lo que hace siempre inminente la ruptura. En esto se corre el riesgo de que en el proceso psicoterapéutico de pronto las dos partes se consideren ausentes y no haya ni trabajo terapéutico integral, ni elaboración.

A veces, se cree que se ha sido excesivamente abandonado. En otras ocasiones, a pesar de dicho abandono, se logra tener la atención de otras personas. Sin embargo, de forma paradójica, como si fueran intentos contrafóbicos, se llegan a manifestar ataques del sujeto sobre cualquier cosa que se perciba como vinculante entre un objeto y otro (Bion, 1959), acciones destructivas que son sintomáticas del trastorno limítrofe de personalidad. Destruir al vínculo es control, poder y acción inesperada por el objeto; esta es una solución primigenia que puede prevenir al sujeto de un nuevo abandono. Se dan muchos casos de terminaciones abruptas y unilaterales de una relación como una forma paradójica de evitar el dolor de que el otro le abandone.

La sensación de abandono puede provenir de la actitud de una madre depresiva; alguien presente físicamente, pero ausente emocionalmente: “una madre que sigue viva, pero que por así decir está psíquicamente muerta a los ojos del pequeño hijo a quien ella cuida (Green, 1983: 249)”. La pérdida del amor de otro reedita esa clase de abandonos, con la consecuente pérdida de sentido, con un miedo ambivalente, tanto a la cercanía como a la ausencia del objeto. que puede atraer al síndrome depresivo.

Sin embargo, esta clase de percepción es confusa, pues se tiene y no se tiene madre, lo cual impide el procesamiento psíquico de la pérdida. Desde la perspectiva de Harris (en Deutsch, 2014: 15) lo que sobreviene no es la depresión, sino una sensación de “vacío abismal” que pone de manifiesto un “duelo inasimilable”, una inacabable carencia que puede dar lugar a comportamientos voraces como pueden ser las compulsiones adictivas.

En algunas personas con sentimientos de abandono persistentes, puede surgir un un mecanismo de aislamiento en el cual se trata de impedir un riesgo de avasallamiento del yo. Cuando la sensación de abandono surge y causa ansiedad, el sujeto puede ser capaz de retraerse a un lugar psíquico cómodo que incluso puede estar psicológicamente significado. si se analiza correctamente, esta situación defensiva puede llegar a ser sublimatoria, es decir, puede ponerse el aislamiento al servicio de partes libres de conflicto del Yo.  

Aquí es cuando la elección de una psicoterapia de apoyo y / o la pertenencia constante a un grupo de autoayuda puede ayudar a la suplencia emocional de esa falta primigenia.

  • Humillación.

En este caso, el ego de la persona en su primera infancia, que se encuentra en formación, es golpeado con suma agresión de manera frecuente y esto produce sentimientos de rabia y vergüenza. Hay que tomar en cuenta que la humillación extrema y violenta puede producir una estructura psíquica violenta y sociopática.

La humillación se puede mostrar en conductas masoquistas relativas a actuaciones impulsivas, interrupciones en el análisis e incluso impulsos suicidas.

El llamado masoquismo moral se encuentra fuertemente relacionado con la necesidad compulsiva e inconsciente de castigo. Puede hablarse de un síndrome masoquista – depresivo (Markson, 1993). Hay de manera notoria una búsqueda persistente de situaciones de sufrimiento psíquico. Cabe cuestionarse qué tanto influye el contexto sociocultural en los sujetos para alimentar esta culpabilidad inconsciente, ya que la religión u otras presiones morales pueden exaltar e incluso idealizar el sacrificio personal.

Freud (citado por Markson, 1993) creía que el masoquismo moral estaba relacionado con un sentimiento de culpa, con predominio inconsciente, con la necesidad de sufrir como componente fundamental; es un despliegue patológico en el que hay un error perceptivo con importantes déficits de desarrollo, manifestados en alteraciones considerables de la conciencia moral.

En el extremo de la humillación está la tortura. La reedición contrafóbica en cualquier momento de la vida de situaciones análogas a aquellas en las que se fue torturado, no tiene que ver con la culpa inconsciente de manera directa, pero se actúa la situación simulada de tortura porque es la escena de castigo que mejor se conoce. Para fortuna del sujeto, puede haber un despliegue contrafóbico en el que la sublimación opere y así se resignifique el evento traumático y esto puede ocurrir durante el proceso psicoterapéutico. La cuestión terapéutica aquí está en porqué el paciente repite de manera simulada actos o realiza rituales que pudieran estar relacionados con situaciones traumáticas sufridas y esto debe ser material para su elaboración.

  • Traición.

Abandono y traición se relacionan y constituyen una diada destructora del desarrollo del psiquismo.

Cuando se espera una gratificación narcisista, una forma de alcanzar plenitud, por el contrario, existe una respuesta muy frustrante. Si se posee un perfil narcisista, con autoestima vulnerable y pobre capacidad de empatía y ausencia del sentido de reciprocidad social, responderá al daño u ofensa con comportamientos vengativos y no podrá perdonar el sentimiento de ser traicionado (Casullo, 2005).

Una de las formas de traición más traumáticas es el abuso sexual infantil. El abusador se aprovecha de las fantasías edípicas irreales del niño de ser suficientemente seductor como para llamar la atención de un adulto. Es algo a lo que cualquier persona normal puede resistirse, pero él no puede hacerlo derivado de la omnipotencia narcisista y le regresión psicótica en la que se hallará cuando crea de forma delirante que el niño o niña quiere seducirlo, cuando en realidad es una abyecta seducción traumática. Al infante que ha sido abusado, se le confina en el silencio y esta traición traerá durante toda la vida secuelas psicopatológicas significativas, que Tesone (2023) propone como marcas disruptivas del psiquismo. Sobre todo, en el abuso incestuoso es donde la traición tenderá a producir mayor confusión psíquica.

Hilke (2007), en función del sentimiento de traición en la temprana infancia, plantea cómo evolucionan los estados psicóticos y/o límite en la primera infancia, cómo un niño trata desesperadamente de salvar un pequeño sentido de sí mismo, y cómo este desarrollo patológico se hace evidente en la transferencia.

  • Injusticia.

El sentimiento de injusticia no puede corresponder a la primera infancia, pues se tiene que saber si los hechos o personas a los que se enfrenta el sujeto se corresponden con el ideal que se ha implantado en el ego de la persona, lo cual implica que se ha alcanzado la capacidad de socializar y de discriminar las reglas. Hay que notar que estas llamadas heridas psicológicas tienen que ver con las relaciones tempranas, a excepción de ésta.

En el amor y atención que se reparte de la madre a los hijos, puede ser que uno de ellos sienta, que de manera injusta se le está dando menos, lo que ocasiona sentimientos de envidia y odio. Kancyper (2017) saca a la luz el llamado “complejo fraterno” que se conjuga con las dinámicas narcisista y edípica. Este autor (1991: 115) ha dicho que “El hermano es un semejante demasiado semejante y la primera aparición de lo extraño en la infancia”. Si el incumplimiento del deseo se atribuye al hermano, surgirá la envidia a la que se acompañan intenciones destructivas.  

En el sentimiento de injusticia se le atribuye a otro el deseo insatisfecho, cuyo contenido ha pasado a ser del objeto envidiado. Es decir, existe resentimiento hacia la persona que gratifica y envidia hacia el que ha recibido lo deseado. Así, el sujeto puede enfrascarse en una lucha obsesiva y muchas veces infructuosa por la restitución. Cuando ocurran situaciones similares que reediten esta situación narcisista – edípica, resurgirá de nuevo la intentona restitutiva. Sin embargo, al encontrarse vías sublimatorias, es posible que el sujeto desposeído tome coraje para realizaciones ajenas a los ideales familiares; en esta derivación positiva, es importante hacerse consciente de la futilidad de actuar en contra de la injusticia percibida hacia sí mismo y dirigir la libido hacia los logros más plausibles que están localizados en el conocimiento de las habilidades, valores y virtudes encontradas en el proceso de autoconocimiento que implica un proceso de cambio psíquico.

Como conclusión puede decirse que, En las cinco situaciones aquí mencionadas surge la depresión como síndrome característico. Entonces explicarse estos atentados tempranos contra la estructura psicológica puede proveer de una imagen más clara de la depresión, para mejorar los enfoques de tratamiento psicoterapéutico. Además, ante estas huellas en el desarrollo psíquico, cabe la empatía del psicoterapeuta. Kohut (1971: 267) plantea en sus posiciones sobre la empatía como resultado del tratamiento psicoanalítico que:

“Cuanto más segura esté una persona con respecto a su propia aceptabilidad, más segura sea su sensación de quien es y más internalizado esté su sistema de valores en forma sana, con más autoconfianza y eficacia ofrecerá su amor (es decir extenderá catexias libidinales de objeto) sin indebido temor al rechazo y la humillación”.

Hay que descubrirse a sí mismo sin sentimiento de vergüenza, conocer lo que hay oculto dentro. Para esto es que sirve una psicoterapia profunda.

Referencias:

Atlas-Koch, G. (2011) Attachment, Abandonment, Murder. Contemporary Psychoanalysis 47:245-259

Bion, W. R. (1959) Attacks on Linking. International Journal of Psychoanalysis 40:308-315

Casullo, M. M. (2005). La capacidad para perdonar desde una perspectiva psicológica. Revista de Psicología, PUCP, 23, 39-64.

Deutsch, R. (2014). Traumatic Ruptures. Abandonment and Betrayal in the Analytic Relationship. New York, Routledge.

Freud, S. (1917). Duelo y Melancolía. En: Obras Completas, T. XIV. Buenos Aires, Amorrortu, 1992.

Green, A. (1983). Narcisismo de Vida, Narcisismo de Muerte. Buenos Aires, Amorrortu, 2012).

Hilke, I. (2007) Miss “Nicht”: A Small Girl Who Was Betrayed of Her Childhood. International Journal of Psychoanalytic Self Psychology 2:195-207

Kancyper, L. (2017). Hacia una Clínica y Metapsicología Ampliadas. Estudio Psicoanalítico. Buenos Aires, Lumen.

Klein, M. (1937). Amor, Culpa y Reparación. En: Obras Completas, Vol. 1, Barcelona, Paidós, 1990.

Markson, E. R. (1993) Depression and Moral Masochism. International Journal of Psychoanalysis 74:931-940

Tesone, J. (2023). Un Dolor sin Sujeto. Marcas Disruptivas en el Psiquismo, Resignificadas. Buenos Aires, Letra Viva.

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Actualmente, entre las psicoterapias que yo denomino superficiales, es decir, aquellas que no promueven cambios profundos de la personalidad por medio de hacer consciente lo inconsciente, está muy en boga hablar de heridas psicológicas.

Es cierto, están referidas al pasado, pero no se analiza seriamente lo que está alojado en el inconsciente. Solamente se habla, más no se profundiza en ello. Esto hace que se observe una fuerte tendencia a no resignificar el pasado al reconocer las verdaderas emociones que en el momento de tales heridas existieron. En una psicoterapia es necesario resignificar dichas cicatrices.

Sin embargo, es pertinente conceptualizar estos significantes y exponer su significado, a fin de que nos sirva de guía para un mejor conocimiento de sí mismo y se aclare para los esfuerzos de la psicoterapia cómo puede llegarse a un mejor entendimiento de estas situaciones traumáticas por parte de los pacientes.

¿Cuáles son las heridas de infancia? En realidad, estamos hablando de las diversas manifestaciones traumáticas; es decir las situaciones que a lo largo de la historia psíquica han tendido a afectar al desarrollo de la persona. Son el rechazo, el abandono, la humillación, la traición y la injusticia. A continuación, se analiza cada una de ellas desde la perspectiva de la profundización necesaria para que puedan ser resignificadas emocionalmente y de esa forma se logre un efecto mutativo en la personalidad, sobre todo en los casos de depresión.

  1. Rechazo.

El apego anhelado y buscado por el niño, no es satisfecho en sus fantasías originarias. En muchas ocasiones el paciente da relevancia a situaciones de supuesta aprobación y agrado que otras personas le ofrecen, pero resulta que no es real. Mentir sobre la aprobación es un rasgo narcisista que no fácilmente se abandona, incluso se vuelve delirante, pudiéndose manifestar en la búsqueda constante de aprobación, lo cual es a final de cuentas una manifestación narcisista patológica.

Sentirse rechazado produce rabia y odio. En su momento, hubo un rechazo original de los cuidadores del niño. Si ese rechazo es persistente o traumático, tendrá efecto en la constitución de un trastorno de personalidad. Una persona con dicha perturbación puede realizar un acto impulsivo, incluso de manera compulsiva que se inicia de manera secuenciada como si fuera un ritual preestablecido que el sujeto normaliza y realiza o mantiene en curso mientras este sentimiento persista. Pero esta reacción es limitada por el sentimiento de culpa inconsciente que surge por pretender ofender a la persona (objeto) rechazante. “Te odio y quiero destruirte, pero sé que eso traerá mi propia destrucción”. Cuando surge la ambivalencia entre el odio y la percepción de que se ha lastimado al objeto rechazante, surge la culpa con la necesidad de reparar, tal y como lo hace notar Melanie Klein (1937) en Amor, Culpa y Reparación, lo que hace que se fortalezca la intención narcisista de agradar excesivamente a los demás. Pareciera que ese es el mensaje que el ego recibe cuando se produce la emoción que no se alcanza a procesar.

“Autorreproches y autodenigraciones”, son signos característicos que propone Freud (1917) para el melancólico. El autorreproche es un pensamiento obsesivo en el que el individuo trata de convencerse constantemente de su poca valía; el rechazo de la pareja lo alimenta. La autodenigración es llevar la necesidad de sufrir al acto. Hay actos autolesivos de todo tipo, desde las lesiones autoinfligidas hasta el sometimiento a una relación destructiva, llegando hasta el suicidio o las conductas que ponen en total riesgo la integridad y la vida. En muchas ocasiones no hay premeditación, sino que se obedece a mandatos inconscientes.

  • Abandono.

Ha habido de diversas maneras y en lapsos de diferente duración, abandono de las personas que cuidan al infante. La reedición de estas escenas bajo distintas maneras disruptivas de separación, puede llegar a producir una terrible angustia. En mucho, puede atribuirse al sobrediagnóstico del cuadro depresión – angustia que se d a en la actualidad a este fenómeno vivencial. Puede llegar hasta los llamados ataques de pánico, uno de cuyos disparadores puede ser esta nueva puesta en acto de los abandonos tempranos. La persona que tiene este sentimiento puede percibir un peligro de muerte, algo aterrorizante que pone en marcha una somatización característica.

Ante la reedición de situaciones que son percibidas como nuevos abandonos, surgen las fantasías relacionadas con el poder destructivo de esta sensación, incluyendo la fantasía no ser apartado de la nutrición del objeto amado y entonces sustituirlo con objetos externos diversos como son las drogas, la comida y otras adicciones sustitutivas. Además, la aparente pérdida de objetos está paradójicamente entrelazada con un impulso maníaco en el que hay una aplicación constante de libido para no enfrentar la carencia que se percibe en dicha sensación subjetiva de vacío.

Galit Atlas (2011) hace clara la forma en que el apego inseguro puede repetirse traumáticamente entre el terapeuta y el paciente cuando si se fracasa en la alianza terapéutica en reconocer la experiencia subjetiva del paciente, junto con su elección de ocultar partes de sí mismo mientras revela otras, lo que hace siempre inminente la ruptura. En esto se corre el riesgo de que en el proceso psicoterapéutico de pronto las dos partes se consideren ausentes y no haya ni trabajo terapéutico integral, ni elaboración.

A veces, se cree que se ha sido excesivamente abandonado. En otras ocasiones, a pesar de dicho abandono, se logra tener la atención de otras personas. Sin embargo, de forma paradójica, como si fueran intentos contrafóbicos, se llegan a manifestar ataques del sujeto sobre cualquier cosa que se perciba como vinculante entre un objeto y otro (Bion, 1959), acciones destructivas que son sintomáticas del trastorno limítrofe de personalidad. Destruir al vínculo es control, poder y acción inesperada por el objeto; esta es una solución primigenia que puede prevenir al sujeto de un nuevo abandono. Se dan muchos casos de terminaciones abruptas y unilaterales de una relación como una forma paradójica de evitar el dolor de que el otro le abandone.

La sensación de abandono puede provenir de la actitud de una madre depresiva; alguien presente físicamente, pero ausente emocionalmente: “una madre que sigue viva, pero que por así decir está psíquicamente muerta a los ojos del pequeño hijo a quien ella cuida (Green, 1983: 249)”. La pérdida del amor de otro reedita esa clase de abandonos, con la consecuente pérdida de sentido, con un miedo ambivalente, tanto a la cercanía como a la ausencia del objeto. que puede atraer al síndrome depresivo.

Sin embargo, esta clase de percepción es confusa, pues se tiene y no se tiene madre, lo cual impide el procesamiento psíquico de la pérdida. Desde la perspectiva de Harris (en Deutsch, 2014: 15) lo que sobreviene no es la depresión, sino una sensación de “vacío abismal” que pone de manifiesto un “duelo inasimilable”, una inacabable carencia que puede dar lugar a comportamientos voraces como pueden ser las compulsiones adictivas.

En algunas personas con sentimientos de abandono persistentes, puede surgir un un mecanismo de aislamiento en el cual se trata de impedir un riesgo de avasallamiento del yo. Cuando la sensación de abandono surge y causa ansiedad, el sujeto puede ser capaz de retraerse a un lugar psíquico cómodo que incluso puede estar psicológicamente significado. si se analiza correctamente, esta situación defensiva puede llegar a ser sublimatoria, es decir, puede ponerse el aislamiento al servicio de partes libres de conflicto del Yo.  

Aquí es cuando la elección de una psicoterapia de apoyo y / o la pertenencia constante a un grupo de autoayuda puede ayudar a la suplencia emocional de esa falta primigenia.

  • Humillación.

En este caso, el ego de la persona en su primera infancia, que se encuentra en formación, es golpeado con suma agresión de manera frecuente y esto produce sentimientos de rabia y vergüenza. Hay que tomar en cuenta que la humillación extrema y violenta puede producir una estructura psíquica violenta y sociopática.

La humillación se puede mostrar en conductas masoquistas relativas a actuaciones impulsivas, interrupciones en el análisis e incluso impulsos suicidas.

El llamado masoquismo moral se encuentra fuertemente relacionado con la necesidad compulsiva e inconsciente de castigo. Puede hablarse de un síndrome masoquista – depresivo (Markson, 1993). Hay de manera notoria una búsqueda persistente de situaciones de sufrimiento psíquico. Cabe cuestionarse qué tanto influye el contexto sociocultural en los sujetos para alimentar esta culpabilidad inconsciente, ya que la religión u otras presiones morales pueden exaltar e incluso idealizar el sacrificio personal.

Freud (citado por Markson, 1993) creía que el masoquismo moral estaba relacionado con un sentimiento de culpa, con predominio inconsciente, con la necesidad de sufrir como componente fundamental; es un despliegue patológico en el que hay un error perceptivo con importantes déficits de desarrollo, manifestados en alteraciones considerables de la conciencia moral.

En el extremo de la humillación está la tortura. La reedición contrafóbica en cualquier momento de la vida de situaciones análogas a aquellas en las que se fue torturado, no tiene que ver con la culpa inconsciente de manera directa, pero se actúa la situación simulada de tortura porque es la escena de castigo que mejor se conoce. Para fortuna del sujeto, puede haber un despliegue contrafóbico en el que la sublimación opere y así se resignifique el evento traumático y esto puede ocurrir durante el proceso psicoterapéutico. La cuestión terapéutica aquí está en porqué el paciente repite de manera simulada actos o realiza rituales que pudieran estar relacionados con situaciones traumáticas sufridas y esto debe ser material para su elaboración.

  • Traición.

Abandono y traición se relacionan y constituyen una diada destructora del desarrollo del psiquismo.

Cuando se espera una gratificación narcisista, una forma de alcanzar plenitud, por el contrario, existe una respuesta muy frustrante. Si se posee un perfil narcisista, con autoestima vulnerable y pobre capacidad de empatía y ausencia del sentido de reciprocidad social, responderá al daño u ofensa con comportamientos vengativos y no podrá perdonar el sentimiento de ser traicionado (Casullo, 2005).

Una de las formas de traición más traumáticas es el abuso sexual infantil. El abusador se aprovecha de las fantasías edípicas irreales del niño de ser suficientemente seductor como para llamar la atención de un adulto. Es algo a lo que cualquier persona normal puede resistirse, pero él no puede hacerlo derivado de la omnipotencia narcisista y le regresión psicótica en la que se hallará cuando crea de forma delirante que el niño o niña quiere seducirlo, cuando en realidad es una abyecta seducción traumática. Al infante que ha sido abusado, se le confina en el silencio y esta traición traerá durante toda la vida secuelas psicopatológicas significativas, que Tesone (2023) propone como marcas disruptivas del psiquismo. Sobre todo, en el abuso incestuoso es donde la traición tenderá a producir mayor confusión psíquica.

Hilke (2007), en función del sentimiento de traición en la temprana infancia, plantea cómo evolucionan los estados psicóticos y/o límite en la primera infancia, cómo un niño trata desesperadamente de salvar un pequeño sentido de sí mismo, y cómo este desarrollo patológico se hace evidente en la transferencia.

  • Injusticia.

El sentimiento de injusticia no puede corresponder a la primera infancia, pues se tiene que saber si los hechos o personas a los que se enfrenta el sujeto se corresponden con el ideal que se ha implantado en el ego de la persona, lo cual implica que se ha alcanzado la capacidad de socializar y de discriminar las reglas. Hay que notar que estas llamadas heridas psicológicas tienen que ver con las relaciones tempranas, a excepción de ésta.

En el amor y atención que se reparte de la madre a los hijos, puede ser que uno de ellos sienta, que de manera injusta se le está dando menos, lo que ocasiona sentimientos de envidia y odio. Kancyper (2017) saca a la luz el llamado “complejo fraterno” que se conjuga con las dinámicas narcisista y edípica. Este autor (1991: 115) ha dicho que “El hermano es un semejante demasiado semejante y la primera aparición de lo extraño en la infancia”. Si el incumplimiento del deseo se atribuye al hermano, surgirá la envidia a la que se acompañan intenciones destructivas.  

En el sentimiento de injusticia se le atribuye a otro el deseo insatisfecho, cuyo contenido ha pasado a ser del objeto envidiado. Es decir, existe resentimiento hacia la persona que gratifica y envidia hacia el que ha recibido lo deseado. Así, el sujeto puede enfrascarse en una lucha obsesiva y muchas veces infructuosa por la restitución. Cuando ocurran situaciones similares que reediten esta situación narcisista – edípica, resurgirá de nuevo la intentona restitutiva. Sin embargo, al encontrarse vías sublimatorias, es posible que el sujeto desposeído tome coraje para realizaciones ajenas a los ideales familiares; en esta derivación positiva, es importante hacerse consciente de la futilidad de actuar en contra de la injusticia percibida hacia sí mismo y dirigir la libido hacia los logros más plausibles que están localizados en el conocimiento de las habilidades, valores y virtudes encontradas en el proceso de autoconocimiento que implica un proceso de cambio psíquico.

Como conclusión puede decirse que, En las cinco situaciones aquí mencionadas surge la depresión como síndrome característico. Entonces explicarse estos atentados tempranos contra la estructura psicológica puede proveer de una imagen más clara de la depresión, para mejorar los enfoques de tratamiento psicoterapéutico. Además, ante estas huellas en el desarrollo psíquico, cabe la empatía del psicoterapeuta. Kohut (1971: 267) plantea en sus posiciones sobre la empatía como resultado del tratamiento psicoanalítico que:

“Cuanto más segura esté una persona con respecto a su propia aceptabilidad, más segura sea su sensación de quien es y más internalizado esté su sistema de valores en forma sana, con más autoconfianza y eficacia ofrecerá su amor (es decir extenderá catexias libidinales de objeto) sin indebido temor al rechazo y la humillación”.

Hay que descubrirse a sí mismo sin sentimiento de vergüenza, conocer lo que hay oculto dentro. Para esto es que sirve una psicoterapia profunda.

Referencias:

Atlas-Koch, G. (2011) Attachment, Abandonment, Murder. Contemporary Psychoanalysis 47:245-259

Bion, W. R. (1959) Attacks on Linking. International Journal of Psychoanalysis 40:308-315

Casullo, M. M. (2005). La capacidad para perdonar desde una perspectiva psicológica. Revista de Psicología, PUCP, 23, 39-64.

Deutsch, R. (2014). Traumatic Ruptures. Abandonment and Betrayal in the Analytic Relationship. New York, Routledge.

Freud, S. (1917). Duelo y Melancolía. En: Obras Completas, T. XIV. Buenos Aires, Amorrortu, 1992.

Green, A. (1983). Narcisismo de Vida, Narcisismo de Muerte. Buenos Aires, Amorrortu, 2012).

Hilke, I. (2007) Miss “Nicht”: A Small Girl Who Was Betrayed of Her Childhood. International Journal of Psychoanalytic Self Psychology 2:195-207

Kancyper, L. (2017). Hacia una Clínica y Metapsicología Ampliadas. Estudio Psicoanalítico. Buenos Aires, Lumen.

Klein, M. (1937). Amor, Culpa y Reparación. En: Obras Completas, Vol. 1, Barcelona, Paidós, 1990.

Markson, E. R. (1993) Depression and Moral Masochism. International Journal of Psychoanalysis 74:931-940

Tesone, J. (2023). Un Dolor sin Sujeto. Marcas Disruptivas en el Psiquismo, Resignificadas. Buenos Aires, Letra Viva.

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