Perdonar lo inaceptable

De: Silvia Abril Avila Wall
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Una de las dificultades de perdonar ofensas graves es la de admitir la realidad de un hecho por completo reprobable, es decir, la dificultad de aceptar lo inaceptable. Para revisar esta cuestión, este ensayo aborda cuestionamientos reiterados en la literatura sobre el tema:
¿Es correcto perdonar? ¿Es conveniente hacerlo? Y sobre todo: ¿es posible?

Perdonar o no perdonar

 

Las relaciones interpersonales son un campo de oportunidades para el perdón, dada la recurrente necesidad de trascender hechos percibidos como agravios. En cualquier ámbito: laboral, familiar, recreativo, etc., una interacción prolongada incluye momentos de hostilidad y roces agresivos. Existen, además, la violencia y la crueldad, que se materializan con frecuencia en sociedades donde falla el estado de derecho, ha menguado el sentido comunitario y se menosprecia la vida. Cualquiera está expuesto a ser objeto de una transgresión o a ser afectado por las consecuencias de una transgresión. Desde la burla y el engaño, hasta la violación y el asesinato, cada día, las personas se perjudican, se lastiman y dañan, con o sin intención consciente, y cada vez que ocurre, se presenta la posibilidad de perdonar.

En el contexto de este tema, transgredir se entiende como hacer lo que está prohibido en el trato con los demás, es decir, violar un acuerdo para la convivencia. Los acuerdos pueden ser explícitos o implícitos, y existe el riesgo de suponer que existe un acuerdo implícito en un grupo porque existe en otro grupo; así pasa, por ejemplo, que una persona en un nuevo empleo se sienta agraviada por conductas que en ese ambiente son consideradas aceptables. Algunos acuerdos garantizan la integridad y la seguridad de las personas. En adelante, cuando en el texto se utilicen las palabras “transgredir” o “transgresión” se estará aludiendo al concepto planteado en este párrafo y no a la ruptura con lo establecido en pos de la innovación.

Así pues, cada vez que alguien se ve afectado por una transgresión, responde en función de su personalidad y esquemas mentales; la reacción, que es la parte inmediata de la respuesta, es predominantemente afectiva, pero se moldea en la socialización. Hay quien apenas se siente incómodo y hay quien se abruma de aversión, no solo hacia el hecho o quien lo llevó a cabo, sino hacia todo lo implicado en la situación: es común odiar un lugar por lo que ocurrió ahí o despreciar a una comunidad que atestiguó hechos odiosos.

Cuando no hay templanza que contenga la aversión provocada por una transgresión, surge el resentimiento, que suele incluir rumiación y fantasías de venganza.

Por su parte, las premisas de cada cual sobre el mundo social configuran una actitud ante la transgresión y los transgresores. Algunas de las actitudes posibles incluyen la posibilidad e intención de perdonar, que puede entenderse como deber religioso o moral, como idea utópica o práctica, como pretensión ingenua o soberbia, etc. Para Casullo (2005, 2006), se trata de dar fin al vínculo negativo con quien ofendió o agravió, lo que otorga a quien perdona, libertad para desapegarse o para reconstituir el vínculo y restaurar la relación. No es resolver que “no pasó nada”, ni saber que sí pasó y pretender que no; tampoco es quitar ni aminorar un castigo y no necesariamente conduce a la reconciliación (Casullo, 2005, 2006; Villamizar, 2009). Es cambiar la actitud hacia quien ofendió o agravió, liberando el resentimiento, lo cual sosiega y alivia ¹ .

 1 Perdonar reduce la angustia y la ansiedad, mejora la condición de personas que cursan con depresión y con problemas de estrés cardiovascular (Scheinsohn y Casullo, 2007).

 

Se trata de un proceso más bien complicado, del que no todas las personas se sienten capaces y que no todas las personas quieren vivir. Entre los motivos para negarse a perdonar, se encuentran:

[…] el temor a que la trasgresión vuelva a repetirse; el miedo a aparecer ante los demás como un sujeto débil y manipulable; la creencia de que si se perdona se está violando estándares judiciales; el dejar de percibir los beneficios que brinda jugar el papel de víctima: […] poder para inducir culpa y disculpas, [justificación de los] sentimientos de rabia e indignación, [consecución de] apoyo y simpatía de los demás (Casullo, 2005, p. 50).

En este punto, conviene mencionar que para algunos autores, “perdonar hace a los sujetos más vulnerables a la revictimización […] cuando ha habido experiencias de abuso y maltrato” (Casullo, 2005, p. 43). Para otros, puede ser una evasión de responsabilidad, en tanto el ofensor aminora su culpa ocasionando un deber moral al ofendido, y un obstáculo en caso de que se quiera restaurar una relación entre pares, pues coloca a quien perdona en posición de superior (Freccero, 2014). Otra visión es la de quienes cuidan no quitar importancia a las transgresiones y a sus consecuencias, por lo cual, condicionan el perdón a requisitos a veces imposibles, como el de expiación o reparación del daño ¹ (Villamizar, 2009). Cargas (citado por Villamizar, 2009), por ejemplo, opina que perdonar a alguien en su lecho de muerte puede ser muy dramático, pero muchas veces, demasiado fácil.

No obstante lo anterior, en general, en la cultura occidental se considera que perdonar es algo bueno y deseable. Aunque un ofendido está en su derecho a no perdonar, se espera que lo haga, sobre todo ante una petición explícita con muestras de arrepentimiento.

2 La complicación de “reparar” un daño no patrimonial es uno de los puntos de partida para tratar el tema de “lo imperdonable”.

 

Usualmente, la conciencia de la propia capacidad de ofender provoca empatía, el sufrimiento del arrepentimiento provoca compasión, y se perdona. Dice Comte- Sponville (2008, p. 128): “De ese modo, puedo perdonar al ladrón, porque yo también he robado alguna vez (libros, en mi juventud). AI mentiroso, porque yo también miento. AI egoísta, porque yo también lo soy. AI cobarde, porque yo podría serlo”.

En principio, hay que resaltar que el perdón es un ejercicio personal opcional (Villamizar, 2009). Sin embargo, ser realmente incapaz de empatía y compasión frente a quien ha cometido “ofensas menores” puede indicar perturbación psicopatológica (cf. Scheinsohn y Casullo, 2007). Las “ofensas mayores”, en cambio, son difíciles de perdonar para la mayoría de las personas y se reconoce la “normalidad” de no perdonarlas. La diferencia en el tamaño o la gravedad de las ofensas está en función del daño ocasionado y de la naturaleza del acto u omisión. Es grave un daño contundente, irreparable. Es una ofensa mayor la que se hace con alevosía o con saña, así como aquella que transgrede valores fundantes de la cultura.

Cuando se trata de crímenes terribles, “los sentimientos involucrados son demasiado intensos y sólo un increíble e irracional acto de generosidad puede hacer que se perdone” (Villamizar, 2009, p. 36). Según Comte-Sponville (2008, p. 128), en estos casos en que “la identificación [con el transgresor] pierde su fuerza, e incluso su plausibilidad”, en los que incluso puede no haber arrepentimiento ni castigo que provoquen compasión, el perdón sigue siendo posible a través de la comprensión, la aceptación y la decisión de hacer el bien o hacer lo bueno. Para este autor, la misericordia, que es la virtud del perdón, “es una virtud intelectual”, pues se ejerce comprendiendo y aceptando:

Que el otro es malvado, si lo es, o que se equivoca, si se equivoca, o que es un fanático o se halla dominado por las pasiones, si las pasiones o las ideas le dominan; en resumen, que en todos los casos le resultaría muy difícil actuar contrariamente a lo que es […] que se trata de vencer al menos el odio en uno mismo, a falta de poderlo vencer en él, de ser dueño de uno mismo, a falta de poderle dominar, de alcanzar al menos esta victoria sobre el mal […] de mantenerse lo más cerca posible del bien […]” (Comte-Sponville, 2008, p. 130).

Una postura opuesta es la que considera incorrecto perdonar ofensas graves por considerarlo injusto, o que lo considera inconveniente por favorecer la reincidencia del transgresor o la conducta transgresora de otros. Pero si perdonar es retirarse de un vínculo afectivo pernicioso, entonces queda fuera del ámbito de la administración de justicia: no indulta, ni exonera, ni implica permanecer en una posición vulnerable o no hacer nada para evitar futuras transgresiones. Dice Derrida (2007, pp. 40 – 41): “Uno puede imaginar que alguien, víctima de lo peor […] exija que se haga justicia, que los criminales comparezcan, que sean juzgados y condenados por una corte – y sin embargo, perdone en su corazón”.

Aceptar lo inaceptable

En la entrevista que le hace Wieviorka, Derrida (2007, p. 21) asienta que “en principio, no hay límite al perdón, no hay medida, no hay moderación, no hay un ‘¿hasta dónde?’”
En cuanto a la capacidad para perdonar de una persona específica, Villamizar (2009, p. 69) dice que “en cada circunstancia, cada víctima descubrirá su propio límite”. Uno de los límites del perdón está unido a la idea de lo inaceptable, que frente a la posibilidad de perdonar o no hacerlo, puede traslapar dos conceptos de “aceptar”: el de recibir algo voluntariamente y el de aprobar (cf. Real Academia Española, 2014). Parece que la noción de que algo es moralmente inadmisible dificulta asumir que es lógicamente admisible, es decir, que se puede admitir su realidad.

A veces, las personas con una recia negativa a perdonar, con una interminable búsqueda de revancha o con recurrentes intentos fallidos de perdón se encuentran cicladas en la pretensión inconsciente de que el agravio no haya ocurrido. Se trata de una incapacidad de perdonar anudada a la idea irracional de que no pudo haber ocurrido lo que no debía haber ocurrido y en todo caso, si ocurrió, debe poder “borrarse”. A esto puede sumársele otra idea, similar y también irracional, probablemente más común entre los jóvenes: que lo malo no puede ocurrirles. De ahí la pregunta que tanto se escucha cuando alguien sufre:
“¿Por qué a mí?”

Perdonar, como elaborar un duelo, requiere esclarecer lo que pasó, reconocerlo, aceptarlo y encontrar la manera de estar bien con esa experiencia en el pasado. Puede parecer que toda persona agraviada, luego del impacto inicial sufrido, sabe qué fue lo que pasó; pero puede ser muy doloroso reconocer que realmente tuvieron lugar eventos a los que la conciencia se resiste. Reconocer la realidad es enfrentar la irreversibilidad de los hechos y en palabras de Kancyper (2010, p. 14), “admitir la pérdida de lo irrecuperable”.
Ahora, para siempre, quien ha sido agraviada es una persona que ha tenido esa experiencia; puede no definirse por ella, puede sanar las heridas que dejó, puede resignificarla: pero no eliminarla de su historia de vida.

Más allá de la negación y la evasión, se genera un resentimiento patológico cuando alguien no puede aceptar que como ser humano es tan vulnerable como cualquiera: que no es tan especial como para que no haya pasado lo que pasó, ni para conjurar un poder que modifique o borre lo ocurrido (cf. Kancyper, 2010).

Se supone que alrededor de los veinte años, el adulto incipiente toma conciencia de vivir “en un mundo en el que la vida no es justa, donde la vida es rara vez lo que debiera ser” (Viorst, 1990, p. 165). Se supone también que este adulto, de niño aprendió que hay cosas imposibles, como volver el tiempo atrás; que no es omnipotente, por lo que no siempre puede cumplir sus deseos, aunque sean buenos; que no siempre está a salvo (cf. Viorst, 1990). Pero en cualquier adulto subsiste algo de fantasías infantiles y hay que considerar el efecto que tiene en el juicio, la perturbación. Aceptar que, como dice Epicuro (citado por Comte-Sponville, 2008, p. 146), “no es posible hacer que no haya sucedido lo que ha sucedido”, requiere humildad, lucidez, valentía y la fuerza de soportar el dolor que corresponde al agravio. No es fácil. Sin embargo, la aceptación voluntaria y plenamente consciente de la realidad hace posible trascender los hechos agraviantes.

“Perdonar es aceptar. No para dejar de luchar, por supuesto, sino para dejar de odiar”
(Comte-Sponville, 2008, p. 130).

Referencias
Casullo, M. M. (2005). La capacidad para perdonar desde una perspectiva psicológica. Revista de psicología, 39-53. Recuperado de http://www.redalyc.org/html/3378/337829529002/
Casullo, M. M. (2006) Las razones para perdonar. Concepciones populares y teorías implícitas. Psicodebate, 7, pp. 9-20. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5645316.pdf
Comte-Sponville, A. (2008). Pequeño tratado de las grandes virtudes. Buenos Aires: Paidós.
Derrida, J. (2007). Política y perdón [Entrevista]. En A. Chaparro (Ed.), Cultura política y perdón (pp. 21-44). Bogotá: Universidad del Rosario.
Freccero, M. (2014, marzo). Perdonar vs sentir [Entrada de blog]. Consultado en http://www.marianafreccero.com.ar/perdonar-vs- sentir/
Kancyper, L. (2010). Resentimiento terminable e interminable. S. l. Real Academia Española (2014). Aceptar [Definición]. En: Diccionario de la Real Academia Española. Consultado en http://dle.rae.es/?id=0NYmQ7a
Scheinsohn, M. J., y Casullo, M. M. (2007). Capacidad de perdonar en pacientes en tratamiento psiquiátrico y psicológico ambulatorio. Psicodebate, 8, 129-139. Recuperado de https://dspace.palermo.edu:8443/xmlui/bitstream/handle/10226/445/8Psico%2009.pdf?seq
uence=1&isAllowed=y
Villamizar, M. M. (2009). La singular locura del perdón ante lo imperdonable: una respuesta al girasol de Simon Wiesenthal [Tesis de Maestría]. Universidad Nacional de Colombia. Recuperado de http://www.bdigital.unal.edu.co/5518/
Viorst, J. (1990). El precio de la vida. Buenos Aires: Emecé editores.

 

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Luis C. octubre 4, 2017 - 9:35 pm

Gracias por el articulo: circunscribe el perdón en modo claro e informado; es fácil tomarlo como referencia.

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