Silvia Abril Avila Wall
Las mujeres, en general, batallan para trabajar, incluso cuando los empleos parecen cómodos. Este ensayo trata sobre las situaciones en las que trabajan las mujeres que se desempeñan laboralmente en o desde su casa, abordando el tema a partir de las categorías “patriarcado”, “modernidad” y “posmodernidad”.
Cabe recordar que la participación de las mujeres en el mundo laboral ha estado concentrada en la prestación de servicios, en el sector informal, en actividades de tiempo parcial poco valoradas, de baja remuneración y que se desarrollan en condiciones precarias. Para completar el cuadro, la mujer trabajadora vive con mayor o menor burdeza, el riesgo de hostigamiento sexual. (Pérez, 2002; López, 2004) Se trata de una participación marcada por la desigualdad de oportunidades, que impide que mayor cantidad de mujeres alcancen los niveles más altos de las jerarquías (Pérez, 2002).
Aunque no suele mencionarse, es común que el lugar de la actividad laboral de las mujeres sea la casa: el sitio al que históricamente se les ha considerado pertenecientes. Es el caso de médicas o dentistas con consultorios que son departamentos de su vivienda; de maestras, administradoras, contadoras u otras profesionistas que instalan su oficina en una habitación o hacen lo suyo en el comedor familiar; de tenderas, estilistas o cocineras que montan su negocio en la cochera, de mujeres que ensamblan o empaquetan para empresas que reparten el material y recogen el producto resultante a domicilio, y de las que en su casa lavan, planchan, cosen, preparan comida o hacen curaciones para otros, como servicio a cambio de un pago.
En el siglo XXI, al conjunto se agregaron mujeres en trabajos posibles gracias a la conexión a Internet. Se pueden realizar actividades en línea, desde contestar encuestas hasta monitorear procesos de producción o brindar consultoría en videoconferencia. Se puede usar la red como soporte de actividades, para acceder a información y como vía de comunicación. Con conocimientos básicos de computación, se rentabilizan páginas de Internet, añadiendo anuncios o con programas de afiliados; se abren tiendas en línea, se crean y se venden libros electrónicos y demás productos virtuales. Las posibilidades son numerosas.
Ya sea en actividades innovadoras o en tareas que se han realizado durante siglos, trabajar en casa puede suponer comodidad y liberación (de tiempos de traslado, por ejemplo) o dificultad y limitación, dependiendo de las características y circunstancias de la mujer y de la ocupación. Las mujeres que trabajan en casa, como las que se desplazan a otro lugar para hacerlo, difieren en cuanto a sus recursos materiales, redes sociales de apoyo, nivel de formación y posición en las relaciones laborales: hay empleadas, autoempleadas, subempleadas, asociadas, empresarias, etc. Algunas trabajan eventualmente, otras de modo fijo; algunas ocupan en ello unas horas al mes, otras más de ocho horas diarias, con o sin horario determinado.
Las motivaciones para trabajar en o desde casa son diversas: por ejemplo, valorar al hogar como el espacio más apropiado para la expresión creativa, o considerar que utilizar un mismo domicilio para trabajar, comer, dormir, etc., resulta más práctico que otros arreglos. Cabe especular que la mayoría de las mujeres que trabajan en casa, lo hagan con la intención de permanecer disponibles para las tareas del cuidado del hogar y de los miembros de la familia. Las condicionantes de este motivo pueden ser, entre otras: el deseo de disfrutar la crianza, el miedo de no ser una buena madre si se deja a los hijos al cuidado de otras personas, la presión por parte de familiares, la falta de recursos para brindar cuidados de otro modo a un anciano o a un enfermo.
Además de lo anterior, entra en juego la compatibilidad de la situación con la especificidad de las tareas a desempeñar. La escena de una mujer frente a una computadora, con un café sobre la mesa y un bebé durmiendo al lado, cambia por completo cuando meses después, la criatura camina, explora y exige que se le haga caso. En polos opuestos están las mujeres que pueden cerrar la puerta de un cuarto, poner música de fondo y concentrarse en un tema, y las mujeres que tratan de pensar en medio de un ajetreo donde los llamados de auxilio son constantes.
Por su parte, la formalidad de los trabajos varía; no siempre hay contratos de por medio, ni siempre es segura la puntualidad en los pagos proyectados o pactados. En cuanto al pago, puede parecer irrelevante, pero merece atención el modo en que la trabajadora lo recibe, pues ilustra en cierta medida el alcance de su economía. Recibir el dinero en efectivo entregado en mano, o un cheque, o un depósito a cuenta bancaria o a un monedero electrónico, no solo suele tener relación con el monto de las cantidades que se manejan, también suele aludir a la familiaridad o distancia de la mujer respecto a recursos culturales que le permitirían, por ejemplo, acceder a financiamiento (obsérvese que para muchas personas, la “cuenta de nómina” es la única cuenta de banco a la que podrían acceder).
A continuación, el esbozo de dos casos reales:
X es ingeniera. Trabaja para una maquiladora. Cuando tuvo su primer hijo, la empresa le permitió trabajar desde su casa, de modo que X convirtió una de las recámaras en oficina y durante un par de años, cada día laboral, cumplió puntualmente con la misma jornada que había tenido antes de convertirse en madre: se arreglaba del mismo modo que cuando trabajaba fuera de casa, dejaba a su hijo al cuidado de la empleada doméstica y se instalaba frente a la computadora. Tuvo otro hijo. Siguiendo la misma dinámica, permaneció cerca de ambos niños mientras desempeñaba sus actividades laborales. Sin embargo, se aburrió, extrañó “la maquila” y decidió volver a desplazarse cada día para trabajar fuera de casa.
Z es repostera. Durante un tiempo, su única ocupación remunerada fue la preparación y venta de pasteles por encargo, que horneaba y entregaba en su casa, sirviéndose de una red social de Internet para promocionarse. Actualmente, también hornea panes que vende en la calle y eventualmente atiende el negocio de una amiga. Cada una de sus actividades ha sido determinada por la circunstancia económica de la familia y se ha organizado en función de sus roles de esposa y de madre, en la versión tradicional de ama de casa. Si no tuviera a cargo el cuidado de los hijos, un niño y una adolescente, conseguiría un trabajo de tiempo completo con miras al mayor ingreso posible.
A menudo se enfoca la novedad del trabajo flexible y en línea, con los beneficios que reporta, sin considerar la magnitud del fenómeno de mujeres trabajando en casa porque no pueden salir de ella. Esta imposibilidad proviene del peso de los mandatos culturales patriarcales y del modo en que la pobreza afecta específicamente a las mujeres. Así como ante el embarazo, los hombres suelen tener la prerrogativa social de decidir si se hacen responsables o no de su paternidad; cuando el padre por cualquier razón no provee lo que es necesario para sus hijos, la mujer se hace cargo, sin que por ello se le descargue de otras tareas. La distribución del trabajo doméstico sigue siendo desproporcionadamente inequitativa en perjuicio de las mujeres, quienes llegan a vivirla como una obligación agobiante. Esta sobrecarga genera estrés que repercute en la salud, además de consumir el tiempo y la energía necesarios para el desarrollo laboral; no es raro que las mujeres se encuentren cansadas y que no tengan tiempo suficiente, por ejemplo, para capacitarse (López, 2002).
Como se ha documentado ampliamente, el rol tradicional de género destina a las mujeres a la dependencia, les conmina al ámbito afectivo-emotivo en la relación con el mundo social y les niega las características humanas asociadas al uso del poder por ser consideradas masculinas. Esto problematiza su integración en el mundo laboral. De hecho, todavía hay mujeres que fundan de tal modo su autoconcepto en el rol tradicional de esposa y madre, que no se consideran a sí mismas trabajadoras aunque ocupen gran parte de su tiempo en actividades para generar ingresos. Se da el caso, como indica Coria (1991), de que siendo las principales proveedoras del hogar, se identifiquen como dependientes económicamente.
Aunque sea evidente que las mujeres tienen derecho al trabajo y se fomente su inserción laboral, esto “no siempre se corresponde con la legitimación subjetiva que las propias mujeres practican consigo mismas” (Coria, 2007). Lo que según esta autora se requiere para el ejercicio pleno de la ciudadanía, es también lo que se requiere para el ejercicio pleno de la capacidad de trabajar:
Es necesario que las personas estén conscientes de sus deseos sin desdibujarse ni esconderse tras los deseos ajenos. Que estén en condiciones de legitimar sus propios intereses sin sentirse por ello “personas egoístas”. Que puedan defender sus objetivos sin caer en las tan frecuentes y reiteradas auto postergaciones en nombre del amor como suelen hacerlo tantas mujeres. Que dispongan de recursos propios (económicos y otros) evitando las dependencias insalubres y que puedan llegar a sentirse en situación de paridad con sus semejantes a pesar de las diferencias. La ciudadanía plena requiere de permanentes negociaciones consigo [mismas] que favorezcan decisiones con conciencia de los costos porque no es cierto que “hay cosas que no cuestan nada”.
Por supuesto que a las mujeres les cuesta la pretensión de participar en el mundo laboral, mucho más la de usar su talento en pos de una vocación profesional. Incluso las que crecieron asumiendo que desempeñarían un oficio o una profesión, y nunca han considerado conscientemente que deban subordinarse a un hombre, suelen entrar a trabajar con algún lastre de dictados machistas, puesto que fueron socializadas en una cultura machista. Para muchas, se hace necesario renunciar a papeles que han representado toda la vida, como el de menor de edad, el de princesa o el de rescatadora altruista; se hace necesario deshacer reticencias para disponer de los recursos en favor de sí mismas. Si lo logran, pueden negociar y asumir puestos de liderazgo sin conflicto psíquico; pero eso no desaparecerá los obstáculos.
A pesar de los discursos políticos incluyentes, de las legislaciones a favor de la equidad, de los esfuerzos de visibilización de la mujer en la vida pública, etc., no se ha conseguido que de modo generalizado, las mujeres tengan acceso a un trabajo elegido libremente, que les brinde estabilidad (Pérez, 2002). Y es que la oposición que enfrentan no está solamente en políticas empresariales sexistas, más o menos sencillas –que no fáciles- de controlar; está también –como se ha caracterizado- en las dinámicas familiares o en el peso de vivir bajo riesgo de muerte en un país donde hubo que acuñar el término “feminicidio”.
Según Foucault (1999), la promesa del siglo XX fue el “crecimiento simultáneo y proporcional de la capacidad técnica de obrar sobre las cosas y de la libertad de los individuos, de unos en relación con otros”. Ya se sabe que las promesas de la modernidad ni estaban dirigidas a las mujeres ni se cumplieron. Sin embargo, sí dieron paso al planteamiento de la posibilidad de no ser aquello a lo que se estaba destinado. Efectivamente, la tecnología permitió nuevas formas de producción y de comunicación que incrementaron la libertad de acción de las personas; en ese sentido, fue más viable que cada cual se dedicara a la ocupación de su preferencia, si bien, la desigualdad social mantuvo constreñidas las oportunidades para los excluidos del bienestar.
De lo anterior se puede concluir que mujeres y hombres podrían elegir donde trabajar, siendo “la casa” uno de los lugares posibles. Pero en la modernidad también impera un orden social basado en un “sistema de oposiciones”, por el que se piensa al mundo dicotómicamente: bueno y malo, adentro y afuera (Fonseca, 2006). Lo público y lo privado aparecen separados; tanto, que las sociedades se democratizan sin que necesariamente ocurra lo mismo al interior de los hogares. El trabajo pertenece a lo público, la familia a lo privado; lo público está fuera de casa, lo privado está dentro. Tan es así, que como señala Fonseca (2006, p. 54), la “incorporación de las mujeres al trabajo remunerado [llegó a cuestionar] su ‘derecho’ a la maternidad”. Como si para estar en lo “público”, hubiera que desasociarse de lo “privado”. Al parecer, los hombres se desprendían de su “ser papás” con naturalidad, durante la jornada laboral; pero para las mujeres resultaba muy complicado desprenderse de su “ser mamás”. Por ilustrar, suele ser a la mamá, a quien se llama si el niño ha tenido un accidente en la escuela.
La posmodernidad desmonta tal “sistema de oposiciones”, “mezcla las esferas de la vida” (Fonseca, 2006). Esto abre la posibilidad de realizar el trabajo en o desde casa. Al mismo tiempo, se revolucionan las formas de comunicación con la popularización del Internet, de modo que, por ejemplo, se integran equipos de trabajo con miembros ubicados en diferentes partes del mundo. Además, se reorganizan las relaciones sociales y se generan nuevas relaciones laborales; aparecen los permisos de paternidad, por ejemplo. Pero el mundo moderno subsiste en coexistencia con esta actitud posmoderna (Fonseca, 2006). De ahí que mientras en una casa, una mujer se dedica a un proyecto creativo siguiendo su vocación, la mujer de la casa de al lado se abre paso en un empleo convencional, del que valora especialmente la identidad del grupo laboral. Ojalá fuera común que cada cual haga lo que le satisface, en las condiciones apropiadas.
La capacidad de las mujeres de aproximarse al modo de vida que quieren, a pesar de la desventaja en la que se encuentran socialmente, puede beneficiarse del análisis de las contingencias que les han llevado a ser lo que son. Extrapolando las ideas de Foucault, en Estética, ética y hermenéutica (1999) y llevándolas por otros derroteros: El rastreo de las contingencias que han conducido a vivir lo que se vive, deviene en conciencia de la que surgen nuevas posibilidades de pensamiento y de acción. En el tema específicamente del trabajo en o desde casa, las mujeres podrían preguntarse:
- ¿Qué acontecimientos me han conducido a trabajar en o desde casa, y en la ocupación determinada que realizo?
- ¿Qué acontecimientos me han conducido a valorar algo (autorrealización, tranquilidad económica, aprobación de otro, convivencia familiar, etc.) por encima de otra cosa?
- ¿Con qué discurso o con cuáles discursos se articulan mis decisiones? ¿Con el discurso de la posmodernidad, el discurso del feminismo, el discurso del hombre que se hace así mismo, el discurso del cristianismo, el discurso patriarcal, el discurso de la tradición regional o familiar? ¿Estos discursos me culpabilizan, me llevan a exigencias que me complican la vida o bien, son posibilitadores y liberadores?
En cuanto al estudioso de las cuestiones sociales, se abren múltiples posibilidades para abordar el tema: ¿Son iguales, mejores o peores, las condiciones contractuales de las mujeres que se desempeñan laboralmente en o desde casa? ¿Cuáles son las vicisitudes de las jornadas cotidianas de estas mujeres? ¿Cómo se superponen los espacios para la convivencia familiar y para el trabajo? ¿Tienen “suficiente” interacción social, sin compañeros de trabajo? ¿Qué significado y sentido atribuyen al espacio físico de la casa? ¿Cómo se concibe socialmente este tipo de trabajo? Queda mucho por observar, reflexionar y aprender.