EL MALESTAR EN NUESTROS DÍAS

De: María Cristina Vargas
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En el texto “Malestar en la cultura” de 1930 Freud desarrolla la idea de que el proceso civilizatorio mediante el cual una sociedad, en su caso la moderna del siglo XIX, subyuga a sus miembros para alcanzar una cierta convivencia pacífica y evitar la barbarie, genera, fatalmente, un “malestar” en la civilización.   Para Freud, en su época, tal proceso incidía sobre la represión de las pulsiones eróticas en función de una supuesta moral sexual “civilizada”. Las repercusiones para el sujeto serían una serie de restricciones e imperativos capaces de causar perturbaciones. Es a este conjunto de perturbaciones que Freud llama de malestar. Esta conceptualización implica que dicho malestar sería propio y característico de cada época. Podemos, a partir de esto, entender por qué las patologías por Freud tratadas giraban alrededor de cuestiones sexuales. Hoy, sin embargo, el paradigma es otro. El malestar de nuestra época, de la sociedad post moderna, es otro. El Individuo de final del siglo XX y comienzo del XXI no se encuentra subyugado por la misma moral sexual del siglo XIX.  Hay consenso entre las comunidades psiquiátrica, psicoanalítica y psicológica de que el malestar de estas dos épocas difiere. Cómo se define o se interpreta tal diferencia varía. 

La sociedad del espectáculo y narcisista

Este sub-título se refiere a un concepto cuñado por Guy Dabord, filósofo y cineasta francés, para describir como la mirada, la visibilidad, la escena y la exhibición se han tornado centrales y organizadoras de la subjetividad contemporánea.

Talvez sea desnecesario mencionar como las imágenes compartidas por los celulares se han tornado omnipresentes en nuestras vidas. La foto del plato servido en un restaurante es más “real” que la propia experiencia del comer.  Compartir la foto del lugar donde se están pasando las vacaciones es más valioso que la vivencia en sí.

Podemos decir que los lazos sociales han privilegiado el campo de la imagen enfatizando el carácter narcisista de los mismos. O sea, que sería la producción y la exaltación desenfrenada de las imágenes, con un matiz seductor, de sí mismo, para el deleite del otro, lo que comandaría la escena del espectáculo. (Birman J. 2014)

Hoy en día se utiliza el término narcisismo para describir personas talvez vanidosas, egoístas, arrogantes, etc. Pero lo que es interesante de este término es su carácter solipsista. Como si el yo tuviera que auto invertir en sí mismo por no haber, o rehuir de una alteridad posible y necesaria. Es un concepto que ha sido interpretado de diferentes maneras por los diferentes autores, sin embargo, se puede decir que es considerado como defensivo o transitorio dentro del desarrollo psíquico.

Ya como una sociedad permeada por la moral del individualismo, donde cada uno se ocupa de su vida y trata al otro como rival o enemigo, el narcisismo disemina la desconfianza y da origen a una atmosfera opresiva donde lo que impera es el sálvese quien pueda. El objetivo es preservar un yo frágil que está protegido por una imagen quebradiza.    

En la clínica encontramos personas que se quejan de una sensación de vacío, de hacer “lo que todo mundo hace” y aún así no se sienten sujetos de su propia vida. Como si las recetas propagadas en revistas, charlas y libros de auto ayuda no funcionaran, exclusivamente, para ellos.  Nos deparamos con adicciones, compulsiones, disturbios corporales, etc. Esto es, no se trata más de un conflicto intra-psíquico y si de un “dolor en los registros del cuerpo, de la acción y de las intensidades.” (Birman J. 2014)

Algunos imperativos contemporáneos

Si en otra época la salvación del alma era un bien a ser alcanzado, hoy es muy evidente que lo que se persigue es la salvación del cuerpo. Es en la relación al cuerpo que el mal-estar de nuestra época ha ganado grande destaque. Basta constatar como las conversaciones, o más bien, las quejas sobre el cuerpo permean los encuentros sociales. Somos constantemente invadidos por recomendaciones de dietas supuestamente ideales, hábitos de higiene, ejercicios, etc. El bien último en nuestra época es lograr tener una buena salud. Algo que es perseguido con ahínco desde muy temprana edad. Sin embargo, la salud perfecta está siempre un paso más allá de nuestro alcance. El cuerpo va ganando vida independiente de nuestros esfuerzos y como resultado hay siempre una sensación de falla o falta. 

El otro aspecto del malestar relacionado al cuerpo es el de la apariencia. Es imperativo parecer joven y sano. Hay gimnasios y cirujanos plásticos en casi cada esquina. No basta sentirse bien, tiene uno que aparentar estar bien!  Es la imagen que prevalece sobre el Ser. 

Que decir entonces del envejecer; envejecer se tornó una enfermedad, una falla de carácter o un descuido. Y deberá ser evitado a todo costo, principalmente mediante remedios y medicamentos. Este tema está íntimamente relacionado a la prevalencia de la industria de la medicalización y sus consecuencias ético, político y económicas. Tema que no explicitaré en el presente texto, pero que vale la pena, por lo menos, mencionar.         

Cuando leemos autores de otra época constatamos que la condición de ser era pausada y reflexiva. Basta recordar Proust o Tolstoi en las largas y detalladas descripciones de sus impresiones y sensaciones. Hoy en día lo que se destaca es una aceleración y una hiperactividad generando el malestar característico de la contemporaneidad. 

El día nunca es suficiente. A veces es un actuar indeterminado, sin que atienda a las necesidades del sujeto, pero es imperativo estar en acción. El ocio ha sido eliminado casi por completo. No se puede parar, hay que actuar.  Y consecuentemente lo que encontramos, aún en jóvenes, es un agotamiento que se manifiesta con frecuencia en irritabilidad y explosividad. Es como si no hubiera tiempo para elaborar y personificar las necesidades para, a partir de ellas, determinar qué acciones escoger. Esta hiperactividad puede traducirse en un exceso psíquico que exige ser descargado para alcanzar algún grado de alivio. Lo que acaba generando comúnmente los comportamientos repetitivos o compulsiones pues la descarga nunca es suficiente para alcanzar su objetivo primario.

Conclusión

El malestar en nuestros días, me parece, estar relacionado a un empobrecimiento de la capacidad de transformar las experiencias en pensamiento simbólico. Como si nos encontráramos desprovistos de recursos para enfrentar los estímulos tanto venidos del exterior como los generados en el interior del psiquismo. Por lo que las patologías actuales más comunes son las depresiones, pánico, bipolaridad, compulsiones, toxicomanías, etc.

Para concluir haré referencia al personaje Agilulfo del romance “El Caballero Inexistente” de Italo Calvino (1959). Agilulfo es descrito como una armadura blanca que no es maculada ni por los horrores de la guerra ni por las pasiones del amor, pero que logra realizar tareas burocráticas a la perfección. Causa una fuerte impresión por donde pasa, pero no puede relacionarse verdaderamente con nadie.

¿Cuántos Agilulfos conocemos?  

Referencias
Bauman, Z. O mal-estar na pós-modernidade. Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1999.
Birman, J. O sujeito na contemporaneidade. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2014.
Calvino, I. O cavalheiro inexistente. Sã Paulo: Companhia de Bolso, 1994.
Foucault, M. As palavras e as coisas. saão Paulo: Martins Fontes, 2000.
Freud, S. O mal-estar na civilización. (1930). São Paulo: Imago Vol. XXI, 1974.

 

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