La salida a escena de la pulsión destructiva en la teoría psicoanalítica, anunciada por Freud (1920) en “Más allá del Principio del Placer”, constituye por sí misma un evento literario trascendental en el ámbito artístico. Considerar la inclinación del ser humano hacia un estado de tranquilidad absoluta que está representado por la muerte. Si se estudia psicodinámicamente a los escritores suicidas, es posible conocer proyecciones de su proceso primario que dilucidan lo que estaba mostrado como conflicto inconsciente y que probablemente les hizo quitarse la vida, esto desde la hipótesis de que suicidarse representa “terminar de matar al padre”. Además, el conocimiento de las actitudes autodestructivas del padre es una buena guía para que un analizado no repita transgeneracionalmente de manera análoga el camino al precipicio de la muerte.
El psicoanálisis de la literatura, tanto en obra como en autores, es un ejercicio que permite poner al psicoanálisis dentro del desarrollo cultural. La obra contiene proyecciones de las vivencias del autor, en cualquier nivel de su topografía psíquica. Consciente, preconsiciente e inconsciente están allí, para que sean motivo de su psicoanálisis y llegar a metáforas o de plano a explicaciones sobre la psicodinamia del autor. Por lo que se refiere a la conciencia de finitud, escribir es un autodescubrimiento y saberse mortal, rodeado de mortales que eligen su camino hacia la propia destrucción, puede ser reflejado en la obra del escritor. Escribir además permite conjurar las inclinaciones autodestructivas, exorcisarlas.
Freud se siente intrigado por lo tanático desde la Primera Guerra Mundial, con preocupaciones acerca de sus hijos en el frente y lo pone en evidencia en 1915 con el artículo “Consideraciones de Actualidad Sobre la Guerra y la Muerte”, y se va afectando de ello a partir de las primeras molestias del Cáncer maxilofacial cuya evolución lo llevará a las insoportables molestias que le hicieron pedirle al doctor Schur que le diera la eutanasia. También la muerte accede a su techo con la muerte de su hija y pudiera agregarse a estas influencias para pensar en lo mortal y desarrollar la idea de su pulsión, el suicidio en 1919 de Viktor Tausk (Hamilton, 1991), discípulo que le ocupaba pensamientos constantes y comentarios con otras dos allegadas Hellen Deutsch y Lou Andrea Salomé. Tal vez Freud era consciente de la transferencia negativa hacia él de Víktor Tausk y le preocupaba lo que éste pudiera hacer contra sí mismo a fin de exterminar al padre simbólico que Freud le representaba y que le había rechazado. La muerte entonces está muy presente en la segunda década del siglo XX para Freud y no se podría negar que esto debe haber influido en la edificación de su teoría.
Puede pensarse alternativamente y creer que mientras el escritor que al final se suicidará escribe, conjura de esa forma a la muerte hasta que ya no es posible. El Uruguayo Horacio Quiroga, vivió el suicidio de su padre apenas a los dos años y el de su padrastro y de su mujer cuando ya se desarrollaba como literato. Vivir en el borde, al lado de la muerte promovía la inspiración, incluso para escribir cuentos en los que la muerte aparecía de forma fortuita, como en proceso primario, en una ensoñación diurna. El suicidio a tan temprana edad del padre, debió haber provocado en la madre de Quiroga una depresión que diera lugar al “síndrome de la madre muerta”, al que Green (1983) alude. Una madre bien puede estar “muerta” cuando abandona al infante para sufrir un duelo o una depresión. Los diferentes modos de ausencia
Hemingway se suicida 33 años después de que lo hizo su padre. “Su muerte ocurrió a la manera de su vida y ocurrió así porque tenía que suceder así”, relata Drinnon (1965) al transcribir uno de los epitafios del autor. Ese tenía que suceder justamente evoca a la pulsión de muerte como acompañante inefable en la vida de esta clase de artistas, como si existiera propiamente una categoría de personalidad específica para los “escritores suicidas”.
Al homenajear a otro escritor suicida, Borges (1963) dice acerca de Leopoldo Lugones en el XXV aniversario de su muerte:
…Acaso es lícito ir más lejos. Acaso cabe adivinar o entrever o simplemente imaginar la historia, la historia de un hombre que, sin saberlo, se negó a la pasión y laboriosamente erigió altos e ilustres edificios verbales hasta que el frío y la soledad lo alcanzaron. Entonces, aquel hombre, señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra, sintió en la entraña que la realidad no es verbal y puede ser incomunicable y atroz, y fue, callado y solo, a buscar, en el crepúsculo de una isla, la muerte.
Negarse a la pasión es en este sentido restarle espacio a lo erótico y cedérselo a lo tanático. Hacer un muro para un ser que habita más para morir que para vivir. Habitar en la posición depresiva ante la pérdida primaria del objeto, puede producir la sensación de ominosidad. Lo ominoso es esperar que algo malo va a ocurrir debido a una lógica negativa que pretende que lo malo que ocurrió antes siempre podrá volver a ocurrir. Es la expectativa del dolor. A veces se le intuye porque en el pasado se han obtenido ganancias de los hechos desafortunados o puede ser parte de una cultura de la tragedia inminente, tal vez arraigada en un origen trágico, que puede tener como significado a la amenaza de retaliación del dios castigador – padre castrador, que retorna con ira ante el Edipo triunfador.
Lo ominoso es una muestra clara de premonición del principio de la “compulsión a la repetición”, que Freud en 1920 señaló en “Más allá del Principio del Placer”. Ponerse inconscientemente en situaciones penosas similares a las que ya se han vivido con anterioridad (Laplanche y Pontalis, 1967). Es algo que retorna de lo que está reprimido en el inconsciente y que fue traumático. Puede ser una representación de un modelo trágico y violento de una escenificación de pareja destructiva como pudieron haber sido los padres. Para Freud, (1919: 248), “…lo ominoso del vivenciar se produce cuando unos complejos infantiles reprimidos son reanimados por una impresión, o cuando parecen ser reafirmadas por unas convicciones primitivas superadas”. Freud le rogó su eutanasia, que es un suicidio asistido, al doctor Schur.
La expectativa de que algo terrible ocurrirá o de que hay un elemento mortal y destructivo acechando es siempre parte de la mitología y en tal medida ocupa su lugar en el inconsciente. Por ejemplo el mito de los muertos vivientes que acechan la felicidad de una comunidad, como es el caso de Frankestein de Mary Shelley o toda la nueva “Cultura Zombie” que se ha impregnado en las creencias posmodernas. El padre muerto viene a ser un “muerto viviente” que al producir constantes sentimientos de culpa, amenaza la estabilidad psíquica del sujeto, por eso se le quiere “terminar de matar”.
Green (1983: 169) ubica que “…el concepto que está en la base del padre muerto, es decir, la referencia al antepasado, a la filiación, a la genealogía, remite al crimen primitivo y a la culpa, que es su consecuencia”. Freud hizo mucha referencia a la influencia del sueño con el padre muerto, por ejemplo en “Las Formulaciones sobre los Dos Principios del Acaecer Psíquico” (1911), pone en evidencia la pena que da al soñante saber que el padre muerto está en el sueño sin saberse muerto, es decir se tiene como deseo manifiesto que el padre ya se muera totalmente. Este contenido onírico Lacan (1959, 1959; Miller, 2013) lo retomó en su seminario VI para explicar la interpretación del deseo. Cuando se sueña al padre que no está consciente en el sueño de ya estar muerto, hay un surgimiento del proceso primario tanto cuando hay un deseo de que el padre viva, como en la persistencia de un sentimiento de culpa por haber deseado la muerte del mismo. En el caso del escritor suicida, el conflicto puede llegar a graves extremos como es el de volver a matar al padre ya muerto que hace intensas reclamaciones culpígenas.
Sylvia Plath, suicida también vivió obsesionada por las apariciones de su padre muerto de diabetes desde su inconsciente. En su poema “Papá”, logra exponer ese fantasma para exorcizarlo:
…
Papá, he tenido que matarte.
Moriste antes de que tuviese tiempo.
Pesado como mármol, un saco lleno de Dios,
espantosa estatua con un dedo del pie gris
grande como una foca de Frisco,
…
Si he matado a un hombre, he matado a dos…
El vampiro que dijo ser tú
y bebió de mi sangre durante un año,
siete años, si quieres saberlo.
Papá, ya puedes descansar.
Hay una estaca clavada en tu grueso y negro corazón
y a la gente del lugar nunca le caíste bien.
Bailan sobre ti, te pisotean.
Siempre supieron que eras tú.
Papá, papá, hijo de puta, se acabó.
…
Este parricidio simbólico que relata Sylvia Plath, constituye una emergencia del deseo, de un procesamiento de duelo que al ser fallido, va a pesar sobre la decisión de la poetisa de acabar tempranamente con su vida. Esta puede ser una hipótesis útil para el tratamiento psicoanalítico de las personas que han tenido la vivencia de la muerte o ausencia absoluta del padre. Saber que el poema extrae del proceso primario del pensamiento una muerte “real” del padre, que contraviene el deseo de su existencia. Miller (2013) en su introducción al seminario VI de Lacan, aborda el tema freudiano del “Sueño del Padre Muerto” y señala que:
Lacan puede decir que este fantasma puede conservar la misma estructura y la misma significación en otro contexto que ya no sea de Verneinung sino de Verwerfung, que ya no sea de denegación sino de forclusión, que ya no sea sueño sino psicosis. Dicho de otro modo, tenemos aquí el inicio de una gradación, de una gama de matices del fantasma donde tienen el fantasma del sueño pero también tienen el fantasma de psicosis. Mutatis mutandis da un ejemplo impresionante: se tiene en la psicosis el sentimiento de estar con alguien que está muerto pero que no lo sabe.
El significante “rumiación suicida”, tiene como significado entonces un deseo persistente que tiende a emerger en la conciencia como obsesión, de acabar de una vez con la vida de ese padre que está muerto y “no lo sabe”. Lacan, (1959) lo anota: “…y el hijo, delante de él, enmudece, oprimido, aprisionado por el dolor, el dolor, dice él, de pensar que su padre estaba muerto y que él no lo sabía. Freud nos dice: es necesario completar; “él estaba muerto, según su deseo”. Esta opresión si persiste, provoca la necesidad urgente de terminar de matar al padre en la psique que es invadida por lo tanático.
Exorcizar a la muerte es posible cuando se desaloja lo tanático para dar lugar a lo erótico en la psique. En la medida en que hay más eros y menos tánatos, la proclividad autodestructiva disminuye, de ahí que la interpretación de los deseos parricidas sea útil para construir una vida de mayor amor y creatividad. En el análisis, debe haber una construcción de los textos que han quedado en la memoria actual (Cesio, 2006) como un remanente sepultado de la relación con el padre y las emociones que de ella surgieron.